Son casi 7.000 candidatos y 88 partidos para 329 puestos en el Parlamento. Se presentan políticos con largas carreras, funcionarios, burócratas, milicianos, soldados y hasta el periodista que en el 2008 lanzó dos zapatos a la cara de George W Bush.

Irak vive hoy sus primeras elecciones tras la derrota territorial del Estado Islámico (EI). Y lo hace con una polarización interna extrema: los resultados son una incógnita.

Los tres candidatos favoritos son el actual primer ministro, Haider al Abadi; el anterior primer ministro y ahora vicepresidente, Nuri al Maliki; y un excomandante de las milicias chiís, las Fuerzas de Movilización Popular (FMP) -controladas por Irán-, Hadi al Amiri. Los tres, hace unos años, fueron aliados, pero ahora se enfrentan entre sí: compiten entre ellos para dirimir gracias a quién se ha derrotado al EI.

«Ahora mismo están en guerra interna entre ellos mismos. Todos quieren el control del país, y la clave para conseguirlo, consideran, es la legitimidad popular ganada en la guerra contra el EI», explica la analista Erica Gaston.

Irak es un país en completa división: es de mayoría árabe chií, pero también hay comunidades árabes sunís, árabes cristianas, kurdas, turkmenas -de origen y habla turcas- y yazidís. Todas tienen sus partidos y candidatos propios.

Desde finales del Gobierno de Sadam Husein, árabe suní, las tensiones entre comunidades se dispararon. La aparición del EI -también suní- las acrecentó, y ahora, en estas elecciones, los candidatos de las distintas comunidades las explotan para ganar votos.

Así, de los 88 partidos que se presentan, solo hay uno que tenga candidatos de todos los grupos étnicos y religiosos: la Alianza de la Victoria, del primer ministro Abadi, árabe chií. Desde que llegó al Gobierno en el 2014, sustityuendo a Nuri al Maliki, ahora su rival, Abadi ha intentado reconciliar sunís y chiís; y mantener un difícil o casi imposible equilibrio entre los intereses regionales de Irán, Arabia Saudí y Estados Unidos.

Sus seguidores alegan que es el único que, tras la invasión estadounidense del 2003, ha intentado unir el país. Sus detractores lo ven como un líder corrupto que solo actúa en base a su interés. «Abadi sigue el mismo sistema de siempre. La corrupción con su gobierno sigue siendo igual de generalizada», dice Amir, un joven iraquí de Bagdad licenciado en Ciencias Políticas. «Abadi ha cambiado la estrategia, pero no de sistema. El gobierno sigue siendo corrupto. La única diferencia es que, ahora, quienes roban son de todas las comunidades; no solo de una», añade.

POLÍTICAS MENOS SECTARIAS / Pero el actual primer ministro, según Amir, ya sea por interés propio o por convicción, ha hecho avances. «Es innegable que las políticas de Abadi son menos sectarias que las de Maliki. El país está ahora mejor económicamente, hay menos atentados terroristas y la liga de fútbol se ha retomado: una gran noticia -dice el joven-. El deporte es muy popular en Irak, y es una forma de evadirse».

Por estos motivos, aunque lo hará algo a regañadientes, Amir votará hoy al actual primer ministro: «Soy escéptico, pero Abadi es el mal menor. Los demás candidatos son mucho peores, así que ojalá gane».

Aún con todo, gane quien gane, el futuro, según Erica Gaston, no se entrevé brillante. «La competición por el poder entre Abadi, Maliki y los líderes políticos de las demás comunidades ha sido feroz. Ha creado aún más división y puede servir para, en los próximos meses y años, crear aún más conflictos internos», explica la analista.