Se veía venir. Ya lo habían advertido las propias autoridades iraquís. Las elecciones legislativas celebradas el pasado 7 de marzo arrojaron un resultado tan ajustado que todavía no ha sido posible formar un nuevo Gobierno y el vacío de poder es aprovechado por los terroristas para desestabilizar todavía más el país.

Las elecciones dieron la victoria a Al Iraqiya, la alianza liderada por el exprimer ministro Iyad Alaui, un chií laico que logró el apoyo también de buena parte de la comunidad suní, sobre todo de los votantes de las provincias del norte y oeste. La coalición de Alaui se hizo con 91 de los 325 escaños de la Asamblea General, lejos todavía de los 163 diputados necesarios para contar con la mayoría absoluta, pero como ganadora, con derecho para negociar la formación del nuevo Ejecutivo.

A solo dos escaños quedó la alianza Estado del Derecho, del primer ministro en funciones, el chií Nuri al Maliki, el hombre a quien sus seguidores le atribuyen el descenso de la violencia. Las relaciones entre Alaui y Maliki no son buenas y no se ve posible un arreglo entre ambos.

Por eso los analistas creen fundamental el papel que pueda jugar en las negociaciones la tercera gran coalición, la Alianza Nacional Iraquí (ANI), formada por el poderoso Consejo Supremo de la Revolución Iraquí (CSRI), de Ammar al Hakim, y el no menos influyente movimiento Al Sadr, del clérigo radical Moktada al Sadr. Falta saber la posición de la Alianza Kurda, que obtuvo 42 diputados. Los kurdos desean fortalecer su régimen de autonomía y hacerse con la ciudad de Kirkuk. En todo caso, las negociaciones van para largo. Las que sucedieron a las elecciones del 2005 duraron cinco meses.