A lo largo de la historia, el destino de Oriente Próximo ha estado en gran parte determinado por los persas, aunque les pese a algunos de sus vecinos y a potencias lejanas.

Con unos 81 millones de habitantes, Irán es “una nación histórica, un gran poder regional que quiere jugar un papel importante”, explica Ali Vaez, director del Proyecto de Irán en el think-tank International Crisis Group (ICG).

“Bajo el dominio del sah, con una monarquía prooccidental, Irán perseguía la mayoría de objetivos que busca ahora, pero entonces a Occidente le parecían aceptables”, subraya Vaez.

La influencia de Irán en Oriente Próximo aumentó con la invasión de Irak por parte de EEUU en el 2003 y se disparó cuando estallaron las guerras de Siria y Yemen. Se extendió desde Teherán a Bagdad, Damasco, Beirut y otros lugares de la región.

La República Islámica ha forjado un eje musulmán chií crucial para los conflictos de la zona, junto al régimen de Damasco (chií que controla un país de mayoría suní), Irak (donde el 60% de la población es chií) y el movimiento chií libanés Hizbulá.

Este eje que Irán denomina “de la resistencia” es considerado como “del mal” por EEUU y sus aliados Israel, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, entre otros. Las ambiciones de Irán para estos países una amenaza intolerable.

Visión no realista

“Es comprensible que el dominio iraní en la región no sea aceptable por sus vecinos, pero la eliminación de Irán de la región tampoco es aceptable ni realista”, indica Vaez.

La visión de Irán es opuesta a la de sus enemigos. Si estos consideran que Teherán lleva a cabo una política ofensiva en la región, el régimen de los ayatolás la califica de defensiva.

“Irán está bajo embargo y no tiene acceso a muchas de las capacidades militares que algunos vecinos consiguen fácilmente y ha desarrollado mecanismos como el programa de misiles balísticos, tiene satélites y socios en la región para evitar ataques directos en suelo iraní”, opina el analista del ICG.

“Apoya a grupos como Hizbulá (movimiento chií libanés) en la frontera entre Israel y el Líbano para disuadir a los israelís o a EEUU de atacar directamente a Irán”, añade Vaez.

Israel bombardeó durante semanas el Líbano en el 2006, tras un ataque de Hizbulá en la frontera israelí. El grupo libanés lucha en Siria junto a las fuerzas del presidente Bashar al Asad.

Apoyo a los hutís

Teherán juega también un papel crucial en la guerra de Yemen, donde apoya a los rebeldes hutís (chiís) y se enfrenta a los aliados de Arabia Saudí.

La sensación de inseguridad de Irán creció tras la Revolución Islámica de 1979, especialmente por los ocho años de guerra con Irak, cuando Occidente y casi todos los Estados árabes apoyaron al régimen de Saddam Husein alegando que el ataque iraquí sería positivo para contener la expansión de la revolución islámica a otros países. Fue entonces cuando Teherán forjó su gran alianza con Damasco, empezó a facilitar apoyo militar a Hizbulá a través de Siria e inició una inquebrantable amistad con Moscú.

Los iranís, que nunca exportaron su revolución, consideran injusto que otros países de Oriente Medio dispongan de recursos militares que a ellos se les niegan y que se les hayan impuesto sanciones que han diezmado su economía. Las que se retiraron tras la firma del acuerdo entre Teherán y seis potencias mundiales sobre el programa nuclear iraní no han aliviado las estrecheces presupuestarias de la población.

Frustración creciente

“Hay mucha frustración a nivel popular y entre las élites. Pensaban que el acuerdo nuclear abriría la puerta a normalizar las relaciones de Irán con el mundo exterior y traería beneficios económicos, pero no ha sido así”, comenta Vaez.

En Irán, el derecho a tener energía nuclear de uso civil es una cuestión de orgullo nacional. Los iranís creen que hay un doble rasero a la hora de juzgarlos porque Estados como Israel o Pakistán tienen armas nucleares y nadie pone el grito en el cielo.