La peluca pelirroja no cubre del todo el borde del pañuelo. "No tengo elección para ir a clase, pero hay que tener paciencia como para el resto de las cosas", suspira Elif, estudiante de Teología en Ankara que, al igual que otras compañeras, tiene que recurrir a este "subterfugio humillante", ya que el pañuelo turco está rigurosamente prohibido en la universidad y se lo tapan con pelucas.

El 3 de noviembre del 2002, votó por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Recep Tayyip Erdogan, el carismático exalcalde islamista del Gran Estambul, ganador de las legislativas con el 34,3% de los votos. Un año después, no está decepcionada, sino que es "realista", como numerosos electores de este partido, nacido del movimiento islamista y alimentado por sus fracasos, que se proclama "demócrata- musulmán" como se es democristiano en Occidente.

MIRANDO A OCCIDENTE

Desde hace un cuarto de siglo ningún partido había gozado de una mayoría tan amplia, con dos tercios de los escaños en la Asamblea. La coyuntura política nunca había sido tan favorable a los cambios profundos, mientras la Unión Europea insiste en la urgencia de realizar reformas, en concreto en cuestión de libertades, antes de abrir las negociaciones de adhesión deseadas por la aplastante mayoría de la población.

"La esperanza es aún muy grande y los electores entienden la extrema prudencia del AKP. Además no existe ahora ninguna alternativa creíble", subraya Menderes Cinar, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Baskent de Ankara y especialista en el islamismo turco. Esta victoria representa el momento de la verdad para las instituciones de la república, fundada en 1923 por Mustafá Kemal bajo la tutela de un Ejército que es altivo guardián de los valores laicos.

Para el AKP, se trata de demostrar que este nuevo islam político a la turca es soluble en la democracia. Los kemalistas se muestran desconfiados y advierten de la hipocresía del AKP. El recuento de este año de Gobierno es más bien digno.

"Nuestro único fracaso ha sido no lograr aún reflejar en la vida cotidiana del pueblo la mejoría de la situación económica", proclamaba Erdogan, durante el congreso del partido, el pasado 12 de octubre. El primer ministro mantiene el control, marginando a los más islamistas. En el AKP no se habla de "islam" o de "religión", sino de "valores", como en los partidos conservadores occidentales. "Podrían haberse visto tentados por medidas populistas, pero han aplicado el programa del Fondo Monetario Internacional (FMI)", reconoce un diplomático.

Los precios se estabilizan y la actividad industrial se reanuda. El país sale de la crisis financiera. El Gobierno logra la aprobación de las nuevas reformas democráticas solicitadas por Europa, recortando prerrogativas políticas del Ejército que hasta ahora utilizaba en el Consejo Nacional de Seguridad. Muchas de estas leyes son papel mojado.

LA CUESTION KURDA

Muchos se impacientan o se irritan ante la gran timidez del primer ministro en la cuestión de los kurdos, que representan una quinta parte de la población, o la indecisión sobre la intervención en Irak, deseada por Washington y por el Ejército. "Estar en el Gobierno no significa, en Turquía, tener realmente el poder", recuerda Cemil Cicek, ministro de Justicia y portavoz del Gobierno. Juegan con un perfil bajo, incluida la cuestión del velo, obsesionados por el precedente de 1997, cuando el Ejército forzó la dimisión del Gobierno de Necmettin Erbakan, líder histórico del islamismo turco.

"Estamos bajo la máxima vigilancia del Estado y de los militares", reconoce un alto mando del AKP. El partido vive como una ciudadela asediada.

G Libération