Edificios de varias plantas arrasados, mezquitas y centros universitarios reducidos a un guiñapo de escombros, calles convertidas en paisajes apocalípticos, cadáveres tirados en los hospitales y decenas de miles de personas encerradas en casa, ateridas y presas del pánico. La franja de Gaza vivió ayer la tercera jornada de bombardeos israelís, lanzados como represalia a los cohetes palestinos, que ayer siguieron volando sobre las poblaciones del sur de Israel. Lejos de reducir la intensidad del castigo, Israel anunció que llevará "hasta el amargo final" su guerra contra Hamás y aceleró la concentración de tropas junto a la frontera de Gaza.

Durante todo el día, carros de combate israelís y cientos de soldados tomaron posiciones junto al perímetro de la franja como preludio a una posible invasión terrestre. Se sumaban así a los cañones de artillería desplegados la víspera, cuando el consejo de ministros ordenó la movilización de 6.500 reservistas. El Ejército declaró además las inmediaciones de Gaza "zona militar cerrada" para minimizar los riesgos de los civiles que viven fuera de la zona. Este alejamiento forzoso afecta especialmente a los periodistas, a los que Israel prohíbe desde hace un mes entrar en la franja.

En tres días han muerto 345 palestinos y cerca de 1.600 han resultado heridos, según el Ministerio de Salud de Gaza. Entre las víctimas hay al menos 60 civiles, según los cálculos "a la baja" realizados ayer por la ONU.

CINCO HERMANAS MUERTAS Una de las peores tragedias se vivió de madrugada en el campo de refugiados de Yabalia. Un misil, dirigido contra una de las cinco mezquitas destruidas hasta ahora, sepultó a cinco hermanas menores de 17 años mientras dormían. "No tenemos nada contra los residentes de Gaza, pero estamos inmersos en una guerra total contra Hamás", dijo horas después en el Parlamento el ministro israelí de Defensa, Ehud Barak, quien añadió que la ofensiva "se ampliará y se profundizará si es necesario" hasta "acabar con los cohetes".

De momento no hay tregua y tanto el laborista Barak como la jefa de la diplomacia y candidata de Kadima, Tzipi Livni, compiten por llevar la batuta de la ofensiva para ganar puntos de cara a las elecciones generales de febrero. En esta nueva guerra, el Gobierno vuelve a contar con el apoyo sin fisuras de todo el espectro político sionista. Solo los partidos árabes han protestado por la operación militar.

Con ayuda de la Marina de guerra, el Ejército martilleó ayer algunos de los símbolos del poder de Hamás en la franja. Desde los ministerios del Interior y el de Cultura, a los laboratorios de química de la Universidad Islámica, que según Israel se empleaban para desarrollar explosivos. Además destruyó edificios de casas de comandantes de la Yihad Islámica y Hamás, cuya cúpula está en la clandestinidad.

A pesar del reguero constante de ataques israelís y el sobrevuelo permanente de sus aviones, las facciones palestinas respondieron con cerca de 60 cohetes. Uno de ellos mató a un trabajador israelí en Askelon y otro a una mujer en Ashdod, situado a 35 kilómetros de Gaza. "Medio millón de israelís están bajo el fuego", titulaba, alarmado, el diario Yedioth Ahronot.

HOSPITALES DESBORDADOS Tras 18 meses de férreo bloqueo israelí, los hospitales no dan abasto. "Hemos tenido que operar a gente en los pasillos y apenas quedan antibióticos y anestésicos", dijo ayer a este diario el doctor del principal hospital de la franja, Eihab Hindi.

La población aguarda atrincherada en casa, con apenas cuatro horas de luz al día y sin gas para cocinar. Solo quedan unas pocas panaderías abiertas porque el trigo está casi agotado.

EEUU y Alemania pidieron a Hamás que cese el lanzamiento de cohetes, mientras el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, condenó el "uso excesivo de la fuerza" por parte de Israel. En distintos puntos del mundo árabe hubo más marchas en apoyo a los palestinos. En el Líbano, el secretario general de Hizbulá, Hassan Nasrala, pidió a los árabes ir a una tercera Intifada palestina.