En el llamado mercado internacional de coches de Gaza, un mugriento descampado batido por el frío, docenas de personas intentan vender su vehículo para hacer frente a la inmensa crisis desatada por el prolongado bloqueo israelí. Lo hacen a gritos, con los ojos cansados y la voz trastabillada. Unos necesitan comprar medicinas, otros alimentos. Deben pagar sus deudas contraídas con los supermercados para que les sigan fiando. Y el problema es que nadie trabaja, tras hundirse la economía por el cierre de fronteras. Con esos coches se ganaban entre cinco y siete euros al día como taxistas sin licencia.

Gaza está en venta. Se venden los coches, que para el caso, tampoco hay gasolina, y se vende el oro de los ajuares para sobrevivir. La franja se apaga como un enfermo terminal, por más que sus constantes vitales oscilen según el día. Ayer el Gobierno israelí, acuciado por la presión internacional, le insufló un poco de oxígeno al permitir la entrada de varios camiones con combustible, gas, arroz y medicinas.

La llegada de combustible financiado con fondos europeos permitió reabrir la central eléctrica, cerrada desde el domingo. La planta abastece a un 35% de la franja, especialmente la capital, y muchos barrios recuperaron la luz. Una luz que seguirá racionada, pero al menos miles de palestinos pudieron volver a ducharse en casa y a encender la calefacción. Israel ha prometido más remesas en los próximos días, suficientes para mantener la planta funcionando durante una semana. Además, el cargamento de ayer permitirá, según el Ministerio israelí de Defensa, recargar pronto los generadores de los hospitales y resucitar el bombeo de agua corriente y alcantarillado.

Este alivio pasajero será, sin embargo, incapaz de evitar "el colapso de la ya precaria infraestructura", a menos que se restablezca permanentemente el suministro de bienes esenciales, advirtió la Cruz Roja.