Después de que miles de octavillas lanzadas por la aviación hebrea cayeran sobre las poblaciones del norte de Gaza instando a sus ciudadanos a ponerse a salvo huyendo al centro de las ciudades, tropas y tanques israelís penetraron ayer por primera vez en el denso urbanismo de la franja. Los combates cuerpo a cuerpo se centraron en la capital, rodeada desde primeras horas de la mañana, y en las localidades del norte. La situación de los civiles es desesperada, advierten las organizaciones humanitarias, pero ni Israel ni Hamás se dan por satisfechos.

El avance sobre las poblaciones norteñas como Beit Hanún y Beit Lahiya vino precedido por el bombardeo regular y masivo de la aviación y la artillería, según anunciaron los medios israelís. Miles de personas trataron de huir al conocer la noticia. Los que pudieron se refugiaron en casas de amigos o familiares, fuera de las lindes urbanas. Pero no pudieron ir demasiado lejos porque todas las fronteras están cerradas. "Todos aquellos a los que se obliga a huir deberían poder ponerse a salvo en otros países, según la ley internacional", dijo el alto comisionado de la ONU para los refugiados, Antonio Guterres.

En algunas zonas de Yabalia entraron también los tanques, y en la ciudad de Gaza, los choques con los milicianos palestinos se concentraron en los barrios del este de la capital. El Ejército israelí, que controló la franja durante 38 años, conoce bien el urbanismo enrevesado de Gaza, sus calles minúsculas y sus descampados. También la forma de abastecerse de las milicias, de modo que ayer seccionó la franja en tres partes, ocupándola con columnas de blindados.

DETENCIONES MASIVAS El avance se produce casa por casa, según fuentes de Gaza. Israel busca milicianos. Su método habitual es meter a todos sus moradores en una habitación y después registrar la vivienda. A los varones jóvenes se les detiene. De momento son "docenas" los "militantes de Hamás" arrestados, anunció un portavoz israelí. Y parece que la limpieza de Gaza va para largo. "Hamás ha recibido un golpe muy duro, pero todavía no hemos logrado nuestros objetivos, de modo que la ofensiva sigue", dijo ayer el ministro de Defensa, Ehud Barak.

Israel pretende romper la columna vertebral de los islamistas para intentar que durante algunos años se lo piensen dos veces antes de lanzar un cohete. Pero el varapalo no solo está afectando a Hamás, también a los civiles. Cerca de medio centenar murieron ayer, al menos 12 de ellos niños. Un obús disparado por un tanque mató a 13 miembros de una misma familia. En Al Shati, el campo de refugiados donde reside el primer ministro de Hamás, Ismail Haniye, otro proyectil acabó con siete personas de otra familia.

En las calles y los hospitales, la situación es angustiosa. Un misil destruyó tres clínicas móviles donadas por España y cuatro de los 18 ambulatorios de Naciones Unidas han tenido que cerrar por temor a verse alcanzados por los combates. El peor trago lo pasan los niños. Estos días nadie cierra las ventanas para evitar que se destruyan los cristales con la onda expansiva de las detonaciones. Save The Children alertó ayer de que miles de niños pueden morir de frío. "Las bajas temperaturas y el corte del suministro de electricidad están amenazando las vidas de recién nacidos", dijo un portavoz.

A pesar del drama de sus conciudadanos, Hamás no tira la toalla. Ahora tiene lo que quería, al Ejército israelí en el fango de Gaza. "Hay miles de nuestros guerrilleros en cada calle y cada casa para hacerles frente", dijo desafiante un portavoz de su brazo militar.

Los fundamentalistas se juegan la supervivencia. Según la televisión israelí han muerto ya cerca de 100 de sus milicianos. Los bombardeos han golpeado duramente su estructura militar, desde los túneles para el contrabando de armas a los búnkeres con explosivos y las lanzaderas. Pero siguen lanzando cohetes. De la treintena de ayer, uno cayó sobre una guardería situada al sur de Israel, que por suerte estaba vacía.