Poco queda de las virulentas batallas culturales e ideológicas que dominaron la vida política israelí durante sus cinco primeras décadas de existencia. La feroz rivalidad por las diferencias sociales y económicas entre las élites europeas askenazís y los sefardís del mundo árabe se ha diluido. También lo ha hecho la brecha ideológica entre los grandes partidos. Pero esta sigue siendo una sociedad muy diversa y compleja, formada por tribus con intereses dispares respecto al carácter laico o religioso del Estado, sus fronteras o las relaciones con las minorías y los vecinos árabes. Su rumbo lo deciden hoy los 5,3 millones de israelís convocados a las urnas.

El cetro se lo disputan el Likud del halcón Binyamin Netanyahu y Kadima de la pragmática Tzipi Livni, la única baza para la continuidad del proceso de paz con los palestinos. Ninguno de ellos obtendría, según las encuestas, más de 30 escaños en el Parlamento de 120, aunque cinco días antes de los comicios el 20% del electorado estaba todavía indeciso. La apatía es generalizada en la calle. Adolescentes a sueldo reparten octavillas en los cruces y a las puertas de los bares nocturnos. Candidatos como Livni, que han visto cómo a algunos de sus mítines acudían poco más de 200 personas, han ido a buscar a los votantes a las discotecas de Tel-Aviv y Jerusalén.

Por algunos de estos garitos pulula ese Israel laico, universalista y de izquierdas cuyo declive reflejan las encuestas. "El Partido Laborista y el Meretz no ofrecen soluciones nuevas. Voy a votar a los comunistas de Hadash porque al menos apuestan por la convivencia entre judíos y árabes", dice Ido, dueño de un bar donde organiza conciertos y exposiciones. Este veinteañero se ha planteado varias veces mudarse a Tel-Aviv o dejar temporalmente el país, como hacen algunos jóvenes por la escasa competitividad salarial o por la asfixia ante el peso de la religión.

En el sabbath no hay autobuses públicos y es difícil encontrar un colmado o un restaurante abierto en muchas ciudades. Algunos candidatos como Livni o Avigdor Lieberman, quieren limitar la influencia de los religiosos.

ULTRAS EN AUGE Pero la población religiosa va en aumento. Son ya cerca del 20%. Judíos observantes, colonos mesiánicos o ultraortodoxos están cambiando la cara del Estado sionista y dificultando las opciones para la paz. Para ellos, la tierra de Israel pertenece solo a los judíos. Es pecado entregar una pizca de ella.

La mayoría de los 1,3 millones de rusos que llegaron a Israel tras la caída de la URSS tienen costumbres más laxas que muchos de sus compatriotas, pero tienden a admirar la mano dura con los árabes. Han construido, además, su propia burbuja. Tienen dos canales de televisión y varios periódicos en ruso, lengua tan extendida como el hebreo en Askelon, Ashdod o Netivot.

Pero no a todos les ha ido bien. En el cupo había miles de científicos, músicos y profesores pero también familias sin medios para adaptarse. Al igual que ocurre con los árabes, los ultraortodoxos o los emigrantes etíopes, muchos forman parte de ese 25% de israelís que viven en la pobreza. Les une su judaísmo y sionismo, pero sobre todo la amenaza común: el enemigo árabe.