Treinta vacas ejecutadas de un tiro en la cabeza. ¿Era necesario?". Saleh Marul perdió su casa y sus vacas durante la pasada ofensiva israelí en Gaza. La imagen de sus vacas ajusticiadas perturba sus sueños, tanto como la cruda realidad que le ha deparado la posguerra. Marul vive con su familia en uno de los seis campos de desplazados que se han levantado en el norte de Gaza para cobijar a quienes se quedaron sin techo y no tienen otro sitio adonde ir. El suyo de Beit Lahiya es el más precario. Unas 230 familias viven en tiendas de campaña, sin luz ni cocina, y con cuatro retretes para más de 1.000 personas.

Dos meses después del final del correctivo militar, los escombros se han apilado en las cunetas, pero la reconstrucción no despega. A principios de mes la comunidad internacional se comprometió a entregar a los palestinos 3.500 millones de euros e instó a Israel a abrir las fronteras para permitir la reconstrucción, pero nada ha cambiado. Las 4.000 casas arrasadas y las 17.000 dañadas siguen como estaban.

"No podemos empezar a reconstruir porque Israel impide que entre cemento, vidrio y madera", afirma Mohamed Oduán, diputado de Hamás. Los islamistas --que gobiernan la franja-- fueron los primeros en pagar a los damnificados por la destrucción, hasta 5.500 euros por familia. La Autoridad Nacional Palestina, receptora de las ayudas internacionales, también ha empezado a entregar entre 1.000 y 3.800 euros a través de un organismo de la ONU.

10 PERSONAS BAJO LA LONA Pero en los campos de desplazados, donde viven al menos 7.000 personas, apenas ha mejorado el ánimo. "No tenemos suficientes mantas ni colchones, dormimos 10 personas en una tienda sin intimidad y los niños no tienen sitio para estudiar", dice Naifa Makusi, de 70 años, mientras cuece pan bajo la lluvia en un horno de barro. El frío y las tormentas han azotado esta semana la franja, inundando tiendas y obligando a algunos a buscar refugio por la noche en las mezquitas.

Sehade Karaui no quiere resignarse a vivir bajo una lona. "Los políticos y las oenegés intentan darnos ánimos, pero insisten en que nada cambiará hasta que abran las fronteras". Este padre de seis hijos lleva varias semanas intentando alquilar una casa con los 4.000 euros que ha recibido de Hamás. "He buscado por toda la franja, pero ya no quedan apartamentos y, con tanta demanda, los precios se han triplicado", afirma.

TRAUMAS En este campo de Al Atatra, las tiendas tienen electricidad y algunos residentes han comenzado a levantar precarias tapias con chatarra para obtener algo de intimidad. Psicólogos y terapeutas trabajan con los niños. Pero los traumas tardarán en borrarse. Ofa Auaya, de 32 años, cuenta cómo un soldado mató a su hijo de 9 años, que había salido corriendo asustado al advertir la presencia de los militares. Al ir a ayudarlo, relata con una visible cojera, otro le disparó en las dos piernas.

Israel sostiene que no abrirá las fronteras de Gaza hasta que Hamás libere al soldado Shalit. La negociación no da frutos y con la inminente llegada de la derecha al poder el asunto puede eternizarse.