El Gobierno israelí dio ayer marcha atrás para frenar o suavizar algunas de las proposiciones de ley impulsadas por sus socios de extrema derecha, destinadas a criminalizar a la población árabe de Israel y castigar la disidencia con los principios del sionismo. Un comité ministerial rechazó la iniciativa del partido del ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, para revocar la ciudadanía a cualquiera que se niegue a jurar lealtad a "Israel como Estado judío y sionista". La andanada ultra ha rebelado a parte de la clase política y la prensa, que han tildado sus propuestas de "racistas".

La "ley de lealtad", como se ha bautizado en Israel, fue una de las recetas estrella de la campaña de Lieberman, salpicada de mensajes contra la minoría árabe de Israel, el 20% de la población. Además de la adhesión a los atributos del Estado y sus símbolos, proponía como condición para mantener la ciudadanía el cumplimento con el servicio militar o la prestación civil.

Este último punto es inaceptable también para los partidos ultraortodoxos, cuya comunidad raramente sirve en el Ejército. Tanto el partido religioso Shas, aliado clave del primer ministro, Binyamin Netanyahu, como el resto de las fuerzas políticas de la coalición votaron ayer en contra de la iniciativa.

En el aire quedan otras dos controvertidas proposiciones de ley. Una de ellas, aprobada en primera lectura por el Parlamento la semana pasada, propone un año de prisión para cualquiera que se oponga por escrito a la "existencia de Israel como Estado judío y democrático".

La otra es todavía más dura, aunque sectores del Gobierno han anunciado una enmienda para suavizarla. Prevé hasta tres años de cárcel para quienes conmemoren la Nakba, el término que emplea la población palestina para referirse a la desposesión y la expulsión que implicó para 700.000 de ellos la creación del Estado de Israel en 1948. La efeméride se recuerda cada año en los territorios, pero también entre los 1,5 millones de palestinos que residen en Israel.

SIMULACRO DE GUERRA Este clima de confrontación con la minoría árabe, a la que se acusa de falta de lealtad a pesar de la notoria discriminación que sufre, coincide con el inicio del mayor simulacro de guerra en la historia del Estado hebreo. El país comenzó ayer a ensayar hasta el jueves la respuesta a un ataque múltiple con misiles desde varias de sus fronteras, escenario potencial que, según sus estrategas, podría darse si el Gobierno decidiera atacar previamente las instalaciones nucleares iranís.

Esta sigue siendo la gran obsesión y única preocupación del primer ministro Netanyahu. El halcón del Likud está convencido de que su misión en la presente legislatura es detener un segundo Holocausto. El tema palestino solo le preocupa residualmente por las consecuencias que pueda tener en las relaciones con la nueva Administración estadounidense.