Aunque trató de disimularlo, por puro orgullo, el jefe tribal saharaui Jatri Mohamed padeció una depresión hace dos años. Con la mirada perdida en el infinito, viendo pasar las horas y los días tumbado en su jaima, se convenció de que su vida entera había fracasado, de que iba a morirse sin poder volver a ver su casa de El Aaiún, ocupada por marroquís desde hace 35 años, de que nunca vería chapotear a sus hijos en las playas vírgenes del Sáhara Occidental. No podía evitarlo: cada vez que miraba a su pequeña nieta Shelma, se le saltaban las lágrimas. ¿Qué mundo le iba a dejar? Marruecos se había salido con la suya.

Seguir en el Polisario, sin guerra en el horizonte desde el alto el fuego de 1991 y una estrategia diplomática más bien sumisa carecía de sentido. La geoestrategia había hecho el resto. En la firma de los Acuerdos de Madrid de 1975, por los que España abandonó de la peor manera a su excolonia y Marruecos tuvo vía libre para anexionarse el territorio ilegalmente, alguien de la mesa se refirió a la resistencia: "Son cuatro beduinos, ya se cansarán".

Jatri Mohamed era uno de esos "cuatro beduinos", pero no ha sido fácil cansarlo. Salvo durante ese lapsus de abatimiento en el 2008, cuando decidió abandonar el campamento de Smara e instalar a su familia en el desierto, este hombre siempre le ha dado mil quebraderos de cabeza al Ejército marroquí. Antes de la Marcha Verde (invasión militar del Sáhara apoyada por la entrada de 350.000 colonos marroquís) era un próspero comerciante con una flota de coches y camiones que llevaban ganado a Mali y Mauritania. Luego, entregó todo al Polisario y se convirtió en mando militar.

Durante la guerra con Marruecos (1975-1991), fue capitán de la marina saharaui: desde el puerto mauritano de Nuadibú hacía incursiones en zodiac con ametralladoras y minas contra puertos de Hassan II. También comandó un batallón de tierra. A finales de los 80, en un ataque contra el muro de 2.500 kilómetros minado que divide el territorio, Jatri pisó un artefacto que le destrozó la pierna derecha.

"Mientras luchas, estás vivo --explica hoy Jatri, ante el nuevo horizonte bélico--. Prefiero morir en el frente que devorado por las moscas en la jaima. Por eso me alejé temporalmente del Polisario, porque no hacían nada y seguían fiándose de la ONU. Ahora me ha llamado el presidente (Mohamed Abdelaziz) para que lo asesore militarmente. Bien, muramos luchando, no llorando. Marruecos nos acusa de terroristas mientras continúa su política de represión de la población autóctona y explotación ilegal de nuestros recursos mineros, pesqueros, quizá petroleros y, pronto, turísticos".

Aliados

"Así --continúa--, cuando les ataquemos en defensa legítima, saltándonos la burla que supuso aquel alto al fuego en una guerra que estábamos ganando y la engañosa promesa de un referendo de autodeterminación, nos llamarán extremistas. Ellos no, ellos que torturan y matan a los nuestros, no son terroristas, sino aliados estratégicos de la OTAN y la UE. Y la ONU seguirá dejando pasar el tiempo para que nos muramos de hambre o nos dispersemos, que es lo que quiere Marruecos".

"Arrasar Gdeim Izik el mismo día que se iniciaban nuevas negociaciones en Nueva York con el Polisario --se explaya Jatri-- ilustra bien en qué consiste la política marroquí. Pero esa brutalidad no se quedará sin respuesta. Vivía en una tierra libre, donde los camellos no sabían de fronteras, pero los franceses mataron a mi abuelo en Mauritania, los marroquís mataron a mi hermano en Smara y quieren seguir matándonos hasta que desaparezcamos".

En 1976, Moisha, esposa de Jatri, dio a luz a su tercer hijo, Bachari, en pleno desierto, mientras la familia huía de los bombardeos marroquís y el napalm. El primero, Mohamed, nació dos años antes, cuando el Sáhara Occidental aún era provincia española. Con 7 y 9 años, Bachari y