"Somos palestinos y exigimos el derecho a votar en las elecciones del 9 de enero". Ya está. Mohamed Hasan lo ha dicho. Le ha costado, pero al final las palabras han acudido a la boca de este tendero de Jerusalén Este.

El deseo de Mohamed de participar en la elección del nuevo presidente de la ANP es mayoritario entre los palestinos que viven bajo ocupación israelí en la parte oriental de la ciudad santa. Walid Zaihun, un verdulero, pone sobre la mesa las contradicciones de Israel. "El primer derecho que garantiza una democracia --clama Walid-- es el del voto. Israel dice que es una democracia, así que si realmente lo es, debe dejarnos votar a la ANP".

"Los palestinos de Jerusalén queremos ser gobernados por el Gobierno de la ANP en Ramala", sostiene Walid, mientras Ahmed, un vendedor de darbukas , el timbal típico oriental, no se hace ilusiones. "Sharon no nos dejará", dice, fatalista.

Ciudadanos de segunda

Dib Laban, que tiene un chiringuito de zumos de granada, esgrime razones muy poderosas. "Ya que Israel nos trata como palestinos, es decir como ciudadanos de segunda, pues que nos trate también ahora como palestinos y nos deje votar".

Pero Israel, aunque sí lo permitió en las elecciones de 1996, ahora no lo tiene tan claro. El Estado hebreo, que se anexionó Jerusalén Este en 1967 y que considera a la ciudad santa como su capital "única e indivisible", ve con recelo la participación en esos comicios de los 228.000 palestinos que viven allí. De hecho, hace dos meses, la policía israelí cerró los ocho centros de Jerusalén donde se elaboraba el censo electoral; los registros fueron requisados.

Presionado por EEUU, Sharon no ha vetado esa posibilidad. Pero como suele pasar en Israel, la división en el Gobierno está servida. Hay ministros, como el de Interior, Abraham Poraz, que apuestan por dejarles votar. "Pueden hacerlo igual que los israelís que viven en otros países votan en la embajada".