Una lona y 20 cañas de bambú. Eso es todo lo que recibían ayer cada una de las familias birmanas que eran expulsadas de los refugios y campamentos públicos que las acogieron tras el paso del ciclón Nargis , que el pasado día 2 dejó sin casa a 2,4 millones de personas y causó 134.000 muertos y desaparecidos, según las cifras oficiales. "No puede ser que la gente se acostumbre a vivir aquí y a recibir donaciones, porque esto no tiene futuro", explicó un responsable de la Junta militar.

Esto ocurría en el sur de Rangún, mientras en Bangkok, la capital de la vecina Tailandia, representantes de las Naciones Unidas denunciaban ante los corresponsales extranjeros que solo el 41% de las familias damnificadas han recibido algún tipo de ayuda humanitaria.

Vecinos de Kyauktan, localidad situada 30 kilómetros al sur de Rangún, y algunos sanitarios denunciaron que 39 campamentos de la zona estaban siendo desmantelados, y que lo mismo comenzaba a hacerse en otros lugares en el marco de una decisión general del Gobierno birmano. "Sabíamos que en algún momento tendríamos que irnos, pero esperábamos más apoyo", declaró a Reuters el conductor de rickshaws Moe Kyaw Thu, de 21 años, mientras dejaba el campamento con sus cinco hermanos y hermanas, la más pequeña de solo 2 años y medio. "En estos momentos, nos sentimos decepcionados. Nos dijeron que no nos faltaría el arroz, pero ahora mismo no tenemos nada", agregó.

DESPLANTE Moe es uno de los miles de damnificados a los que la Junta militar ha recomendado "comer ranas" en vez de aceptar las "barras de chocolate" de los extranjeros. A través del diario oficial New Light of Myanmar , el Gobierno birmano critica la "limosna" internacional y rechaza que se condicione la ayuda a la entrada de las oenegés.

El editorialista sostiene que "el pueblo de Birmania es capaz de recuperarse de esos desastres naturales, incluso sin la asistencia internacional". Ajeno al sufrimiento de las miles de familias dejadas a su suerte, el diario del régimen agrega que los damnificados "pueden fácilmente obtener pescado" y que en esta época --comienza la temporada del monzón-- "hay grandes ranas comestibles en abundancia".

La incendiaria reacción de la Junta se produce mientras los generales fortalecen su control del país. El martes prorrogaron por un año el arresto domiciliario de la líder opositora Aung San Suu Kyi y el jueves promulgaron la nueva Constitución. Según ellos, el texto fue aprobado por el 92,48% de votantes en un referendo que también se celebró en la devastada región del Irauadi dos semanas más tarde.

Un mes después de la tragedia, un millón de supervivientes necesitan asistencia urgente en el delta, que hasta esta semana ha permanecido cerrado a los equipos de rescate extranjeros. Ayer, la organización Human Rights Watch (HRW) se sumó a las voces que acusan a la Junta birmana de haber ralentizado sin motivo el envío de ayuda a las víctimas y la emplazó a dar visados de inmediato a todos los cooperantes extranjeros.

PERPLEJIDAD Desde el miércoles han ido entrando los primeros cooperantes de la ONU. Pero el acceso sigue siendo difícil para entidades tan importantes como la Cruz Roja y oenegés privadas. Para los periodistas, la entrada en Birmania sigue prohibida. No quieren testigos.