Un minuto. La vida a Zied Eldeen Shaheen se le fue el lunes por la noche en un minuto. Sesenta segundos es lo que tardó el piloto del helicóptero Apache israelí en lanzar un nuevo misil después de que dos ya hubieran impactado en la calle principal del campo de refugiados de Nuseirat. Un minuto fue suficiente para que el doctor Zied saliera corriendo desde el centro de salud del Ayuntamiento de Nuseirat para asistir a las víctimas en el lugar del bombardeo. Sobraron segundos para que el doctor muriera junto a varias personas más que se habían congregado alrededor del coche bombardeado sin saber que aún faltaba un misil por caer.

"Dio su vida porque quiso salvar la vida de otros", dijo ayer el doctor Yihad Hamad, director del centro donde trabajaba Zied por poco más de 200 euros (33.277 pesetas) al mes. Intento vano, ya que el bombardeo más sangriento de la jornada de ataques israelís en la franja de Gaza mató a siete personas más, entre ellas a Mohamed Darub, de 11 años.

VIUDA A LOS 23 AÑOS

Ese maldito minuto acabó con la vida de Zied, pero también hundió la de Yula, su esposa de 23 años. Originaria de Kazajistán, Yula se enamoró de Zied en esta exrepública soviética donde, en 1998, el entonces joven de 25 años estudiaba Medicina. "Al principio desconfié de él, pero después vi que era buena persona, y nos casamos", decía ayer entre lágrimas Yula en su casa del campo de refugiados de Al Maghazi, cercano al de Nuseirat.

Yula era ayer la imagen del dolor. Vestida con un chador negro, la viuda contaba con el apoyo de sus suegros y dos de sus cuñadas, ayuda insuficiente para su dolor. "Llegué a Gaza el 23 de julio del 2000, y nos casamos aquí", recuerda con precisión la joven. "Había oído hablar del conflicto, pero no me imaginaba cómo era la vida", añade.

La vida que le esperaba era la de un hiperpoblado campo de refugiados --la familia del doctor Zied, de ocho hermanos y ocho hermanas, con el anciano patriarca, Mohamed Mahmud, a la cabeza, son refugiados desde 1948-- en el corazón de Gaza. "A mí me gusta más Gaza que Kazajistán, porque todo el mundo me ha tratado muy bien", dice Yula, a lo que su suegro añade: "Ahora la trataremos mejor que a mis hijas. Es la viuda de un mártir".

Viendo los ojos extraviados de Yula cuesta creer que prefiera Al Maghazi a Kazajistán. Observando cómo la multitud que llevó el cadáver de Zied a casa le impedía acercarse al cuerpo, besado por familiares y vecinos, se podía intuir incomprensión a una forma de afrontar la muerte ajena a la suya.

En Gaza, a Yula le queda su hijo Mohamed, de 2 años. En Kazajistán tiene una madre y una hermana, a las que sabe que no podrá ver si no quiere dejar Gaza. "Los israelís no me dejarían regresar". Hoy o mañana les llamará para explicarles en ruso que su vida se rompió en sólo un minuto.