La insurgencia iraquí saludó ayer a sangre y fuego la presentación de la nueva ley de seguridad nacional, que dota al Gobierno del primer ministro Iyad Alaui de poderes excepcionales para combatir la violencia en el país.

Si no puede ser interpretado como una ironía, lo que sucedió en Bagdad es al menos muy significativo: mientras los ministros de Justicia y Derechos Humanos de Irak celebraban una rueda de prensa para enumerar las medidas contra el terrorismo, a pocos cientos de metros tenía lugar la peor batalla en las calles de la capital desde la entrada de las tropas de EEUU.

La nueva ley permitirá al primer ministro iraquí imponer el estado de excepción, restringir los desplazamientos en Irak y a través de sus fronteras, suspender las actividades asociativas, ordenar escuchas telefónicas y controlar la correspondencia, entre otras medidas. El ministro de Justicia, Malik Dohan al Hasan, y el de Derechos Humanos, Bujtiar Amin, justificaron la ley por "las circunstancias que atraviesa el país y la necesidad de controlar el terrorismo".

RESPETO A LA DEMOCRACIA La presencia de Amin en la rueda de prensa no era gratuita, y buscaba tranquilizar a los que puedan pensar que la ley significa el retorno a un Estado autoritario. "Sabemos que puede restringir algunas libertades, pero existen muchas cláusulas que garantizan la protección de los ciudadanos contra una posible opresión estatal", indicó el ministro. "He sido autorizado por el primer ministro para impedir cualquier violación de los derechos humanos en su aplicación", agregó.

El eco que producían estas declaraciones no era precisamente el deseado. En plena avenida de Haifa, en el corazón de Bagdad, insurgentes iraquís apostados en los edificios que rodean la vía atacaban un retén que la Guardia Nacional acababa de instalar en busca de vehículos robados. El ataque derivó en una batalla campal que se prolongó casi cuatro horas y en la que tuvieron que intervenir las fuerzas estadounidenses, aunque sin exponer directamente a sus soldados.

Con cinco tanques protegieron la retirada de los iraquís y con los misiles de dos helicópteros Apache atacaron los edificios donde se parapetaban los insurgentes. El balance final fue de cuatro muertos y 27 heridos.

Algo más temprano, cinco personas habían resultado heridas cuando los insurgentes atacaron con disparos de mortero la residencia del primer ministro iraquí, también en Bagdad.