El Líbano se juega su futuro en Qatar. Después de que la Liga Arabe lograra detener el jueves el terrible ensayo de guerra civil escenificado durante una semana por la oposición y las fuerzas progubernamentales, ambos bloques negocian desde ayer en Doha un acuerdo para zanjar la crisis institucional y salvar al país de una nueva carnicería sectaria. La misión se antoja titánica. Los 70 muertos de la semana pasada han aumentado la desconfianza entre las facciones y ninguna muestra muchos signos de estar dispuesta a ceder.

Con su expeditiva demostración de fuerza del fin de semana pasado, la oposición prosiria ha incrementado sus bazas en la negociación. Hizbulá ha dejado claro que puede tomar militarmente el Líbano en un abrir y cerrar de ojos si el Gobierno intenta desmantelar su entramado militar o insiste en ignorar sus demandas para formar un Gobierno de unidad nacional donde la oposición tenga poder de veto. De momento ha logrado situar sus exigencias en el centro de los debates en Doha: tanto la creación de un gabinete nacional como la reforma de la ley electoral.

El tercero de los asuntos en liza es la elección del presidente. Desde hace seis meses el cargo, asignado por la Constitución a un maronita, está vacante. Ambos bloques están de acuerdo en el candidato --el jefe del Ejército, Michel Suleiman--, pero su nombramiento ha quedado supeditado hasta ahora a un pacto previo sobre el reparto de poder.

El último de los temas abordados en Qatar es el futuro de las armas de Hizbulá. El Gobierno proocidental quiere desarmar a la milicia chií e integrarla en el Ejército libanés. Pero Hizbulá se niega en rotundo y acusa al Ejecutivo de Fuad Siniora de plegarse a los planes de EEUU e Israel.