El primer ministro israelí, Ehud Olmert, se está quedando solo. Y ni siquiera su propio partido --Kadima, fundado hace solo 19 meses por Ariel Sharon--, está dispuesto a correr el riesgo de hundirse con él. Su compañera de filas y ministra de Exteriores, Tzipi Livni, se sumó ayer al coro generalizado que exige su dimisión ante los errores gravísimos en su gestión de la guerra del Líbano, expuestos por el informe Winogrado.

Sin ningún rubor, la jefa de la diplomacia, también viceprimera ministra, anunció que aspira a suceder a Olmert al frente del partido pero, en contra de las especulaciones previas, no dimitirá para forzar su salida. Toda una puñalada trapera a ojos del jefe del Gobierno, que horas antes aconsejó "calma" a "aquellos que corren para explotar la situación en beneficio propio".

Bajo este clima de rebelión interna, Livni se reunió por primera vez cara a cara con Olmert desde la publicación del informe Winogrado. "Le dije que lo correcto es que dimita", aseguró a la prensa, dada "la necesidad de restaurar inmediatamente la confianza en el Gobierno". Durante toda la tarde se especuló con que el primer ministro se disponía a destituir a Livni como represalia. Tras una reunión de emergencia con los miembros del Kadima, Olmert reiteró que no dimitirá e intentará "implementar las recomendaciones del informe hasta el último detalle".