Ayer llovió e hizo frío en Jerusalén y en gran parte de Israel. Un día gris, desapacible. Como el estado de ánimo de los israelís, golpeados con los atentados de Kenia y el ataque contra la sede del Likud. Si la lluvia de ayer fue casi una noticia por sí misma, los israelís creen que el trágico jueves fue un eslabón más de la cadena que amenaza con ahorcarlos. Algo así como llover sobre mojado.

En la popular cafetería Aroma de Jerusalén Oeste, un grupo de judíos comentaba lo sucedido. "Los judíos nos sentimos perseguidos", sentenció uno de ellos. El día invitaba a quedarse a casa, a hundirse en el dolor que supuraba de las pantallas de televisión, de los aparatos de radio, de los diarios.

Invitaba a leer que "lo que ha ocurrido puede volver a ocurrir. Y lo que no ha sucedido, puede suceder" (diario Haaretz ). Que "Los asesinatos del jueves fueron un paso más de la guerra de terror que hay en marcha contra nosotros" (Jerusalem Post ). Que "si la decisión de atacar a turistas israelís ha sido tomada, Al Qaeda puede elegir entre la India, Tailandia, América del Sur y Turquía. No faltan objetivos" (Maariv ). Que "la primera lección es que cualquier israelí en el extranjero puede correr igual" (Yediot Aharonot ).

PAQUETE DE DOLOR

Y así, mientras las pantallas de televisión retransmitían la llegada de los heridos de Kenia y mostraban cómo los familiares de los muertos en el ataque contra la sede del Likud lloraban en los entierros, algún locutor informaba de que los dos niños de 12 y 14 años muertos en Kenia se habían tomado esas vacaciones como una huida de la Intifada. Al Qaeda, Intifada... Todo mezclado sin matices en un paquete de dolor. Y la paranoia, el miedo y la sensación de sentirse perseguidos, viejos y conocidos sentimientos, cala hasta los huesos como la lluvia que ayer cayó de un cielo gris.