Al preguntarle la edad, el anciano Naser Hamd esboza una sonrisa. "De niños somos como los gatos, enérgicos y saltarines. Al crecer nos convertimos en camellos, capaces de cargar con responsabilidades. Luego nos parecemos a los perros, leales y necesitados de cariño. Yo ya estoy al final, soy como los monos, me paso el día tumbado a la sombra y rascándome". Esta interpretación beduina de las edades del hombre está amenazada, como su modo de vida seminómada, su enraizamiento a la tierra y su desdén por la economía capitalista.

El Gobierno ha trazado un plan para demoler una treintena de aldeas beduinas del desierto del Neguev y forzar a sus 75.000 habitantes a trasladarse a nueve núcleos urbanos a cambio de una compensación económica. La Administración niega a esas aldeas el reconocimiento oficial y, por tanto, los servicios más básicos, como el agua, la electricidad y el asfaltado. "El chantaje es evidente: si queréis servicios, mudaos a la ciudad", dice Raed al Micaui, activista de la oenegé Al Bustán.

Autosuficientes

Pero casi nadie se quiere marchar. "Aquí vivimos como nuestros abuelos, de la tierra y el ganado. No tenemos que preocuparnos del dinero ni de las cosas materiales y podemos educar a nuestros hijos según la tradición", afirma Naser Hamd mientras lía un cigarrillo y uno de sus siete vástagos escancia un poco de té. Su hermano Mohamed, padre de 23 hijos y esposo de tres mujeres, escucha al lado, vestido con un jersey de lana y una chaqueta de invierno que le "protegen" de los más de 35 grados que hace dentro de la casa. "Obligándonos a mudarnos a la ciudad y encerrándonos en apartamentos modernos buscan quedarse con nuestras tierras y limitar nuestro crecimiento demográfico", expone. De momento en su pueblo, Uadi Anaim, donde todos son de la tribu de los Azazme, tratan de sobrevivir siendo autosuficientes.

No es cierto que los beduinos israelís sean nómadas en el sentido literal. Durante tres meses, parte de la familia lleva a trashumar el ganado por las raquíticas dehesas del Neguev. Pero el resto del clan se queda guardando la vivienda familiar. Las casas hoy son casi todas de cinc. Nadie quiere construir con materiales caros ante las órdenes de demolición que pesan sobre sus pueblos. Desde el 2001, Israel ha derruido 338 viviendas "construidas sin licencia", más de 100 este año. Y las demoliciones siguen pese a la moratoria de un año por parte del Gobierno.

El fracaso urbano

"Nos acusan de robar tierras y vivir en pueblos ilegales, pero algunas de nuestras aldeas ya existían antes de la fundación del Estado", explica Al Micaui. Otras, añade, se crearon en los 50, cuando el Gobierno les obligó a concentrarse en el Triángulo, que forman Berseba, Yeroham y Arad. Entonces, el padre del Estado, David Ben Gurion, ordenó su traslado al norte del Neguev para "evitar que interfieran en los planes de desarrollo" orientados a los colonos judíos. Para Israel, este desierto, que ocupa casi la mitad del país y alberga solo un 10% de la población, es el futuro.

Isaac Samir dijo que había que "civilizarlos"; Moshé Dayan habló de convertirlos en un "proletariado urbano", mientras Ariel Sharon llegó a decir que "salvo unas pocas cabras y ovejas", de las que prometió ocuparse, los beduinos habían ya desaparecido del Neguev. Más de la mitad lo hicieron. Desde los años 60 viven en siete pueblos urbanos que han demostrado ser un fracaso.

No parece que vaya a funcionar la estrategia de limitar su crecimiento demográfico condenándolos a la pobreza.