A pesar de las denuncias de corrupción que golpearon a sus más estrechos colaboradores y deterioraron el prestigio de su formación, el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, fue proclamado ayer candidato del Partido de los Trabajadores (PT) para las elecciones presidenciales de octubre, en las que tiene el viento a favor para lograr un segundo mandato.

Por un Brasil decente, Lula presidente, fue la consigna con la que ganó en el 2002. Entonces, el PT exhibía un expediente limpio. En el 2005 salió a la luz la financiación ilegal de actividades políticas y la compra de voluntades en el Congreso.

Hace cuatro años, José Dirceu era el jefe de campaña de Lula. Luego no solo perdió su condición de número dos del Gobierno, sino que el Congreso le retiró sus derechos políticos. José Genoino era el jefe del PT y también tuvo que alejarse. Antonio Palocci manejó la economía los tres primeros años y tuvo que dimitir. Su nombre integra una lista de decenas de dirigentes del PT y funcionarios gubernamentales cuyo procesamiento acaba de pedir la comisión parlamentaria que investiga las relaciones de la mafia del juego con sectores del poder.

El vendaval de denuncias no fue suficiente, sin embargo, para mellar la imagen de Lula. La última encuesta le da 21,8 puntos de ventaja sobre su principal rival, Geraldo Alckmin, que está al frente de una coalición entre el Partido de la Socialdemocracia (PSDB) y el partido del Frente Liberal (PFL-derecha). Algunos analistas no descartan que Lula, de 60 años, se imponga sin necesidad de una segunda vuelta.

EN CAMPAÑA Lula, que ya está en campaña desde hace varios meses inaugurando obras públicas, aspira a que su segundo mandato tenga un mayor contenido social. Otro de sus grandes objetivos será llevar adelante la reforma de un sistema político que funciona como caldo de cultivo de la corrupción.