Si hay algo que la República francesa defiende con uñas y dientes es su laicismo. Poner en entredicho la ley de 1905 que establece la estricta separación entre la Iglesia y el Estado es un anatema y los discursos de cada presidente sobre esa cuestión son objeto recurrente del escrutinio público. Emmanuel Macron no llegó el pasado lunes a cuestionar ese principio, pero abrió la caja de los truenos al afirmar ante la Conferencia Episcopal de Francia que el «vínculo» entre la Iglesia y el Estado se ha deteriorado y que es importante repararlo.

La izquierda se le ha echado encima al unísono y ha acusado al presidente de atentar contra el laicismo, la derecha se ha mostrado más bien discreta y el Frente Nacional ha denunciado lo que considera una «operación electoralista».

En realidad, con su frase cargada de ambigüedad, Macron prepara el terreno de una nueva salva de reformas legislativas que afectan al ámbito de la bioética -reproducción asistida, gestación subrogada y eutanasia- y su pretensión es evitar que el electorado católico se eche a la calle como hizo en el 2013 cuando su predecesor, François Hollande, aprobó la ley del matrimonio homosexual. Al mismo tiempo, cortejando a la jerarquía eclesiástica, el presidente francés intenta neutralizar la oposición del ala dura de Los Republicanos liderados por Laurent Waquiez.

LA FRASE / La polémica frase («El vínculo entre la Iglesia y el Estado se ha deteriorado y es importante repararlo»), la pronunció Macron ante unos 400 invitados reunidos en la nave cisterciense del colegio de los Bernardinos de París. Consciente de la repercusión, el presidente añadió: «Muchos podrán creer que estas palabras contravienen la laicidad, pero yo considero que la laicidad no tiene la función de negar lo espiritual en nombre de lo temporal, ni de desarraigar de nuestra sociedad la parte sagrada que nutre a tantos conciudadanos».

Macron, que sembró su intervención ante la Conferencia Episcopal de referencias humanistas y espirituales, quiso dejar claro que, como jefe de Estado, es el garante de «la libertad de creer y de no creer», pero en ningún caso «el promotor de una religión de Estado que sustituya la trascendencia divina por un credo republicano». En otro momento de su intervención, defendió un diálogo «indispensable» con la Iglesia para dejar atrás los «malentendidos» y la «desconfianza mutua» que, a su juicio, han marcado las relaciones en los últimos años. En este sentido, garantizó que en el debate sobre las nuevas formas de reproducción se contará con todas las familias filosóficas, religiosas y políticas para que cada uno de esos colectivos puedan expresarse abiertamente.

Una de las reacciones más virulentas al discurso del presidente fue la del líder de Francia Insumisa, Jean Luc Mélenchon, que ayer le tachó de «irresponsable». «El vínculo entre la Iglesia y el Estado no tiene razón de ser. Macron va demasiado lejos», manifestó a través de Twitter, donde dejó otros mensajes más cáusticos, como este: «Macron, en pleno delirio metafísico. Insoportable. Esperamos un presidente y escuchamos un cura».

El flamante primer secretario del Partido Socialista francés, Olivier Faure, también expresó su perplejidad por el discurso del presidente ante la jerarquía católica. «Pero, ¿de qué nos hablan? La Iglesia católica nunca ha sido excluida del debate público. ¿Qué vínculo hay que restaurar con el Estado? En una república laica, ninguna fe debería imponerse a la ley. Toda la ley de 1905. Nada más que la ley», declaró también a través de una red social.

Para Benoît Hamon, antiguo candidato socialista a la presidencia, denunció que las palabras de Macron suponen «una afrenta peligrosa por parte de un jefe de Estado». Mientras, Marine Le Pen apuntó a una operación electoralista y aseguró que el objetivo del presidente es «anestesiar» a los ciudadanos católicos para cambiar más tarde la ley de 1905. «No serán los católicos quienes se beneficien de ese cambio», le recriminó a Macron la presidenta del Frente Nacional, que, fiel a sus obsesiones, teme que se hagan concesiones al islam.

Ante las críticas, el portavoz del Gobierno, Benjamin Grivaux, dijo ayer que la intención del presidente era «pedagógica» y que «si bien el Estado es laico, la sociedad no lo es».