"Las tribus están dispuestas a tomar las armas si gana las elecciones Abdulá Abdulá; será un presidente elegido por los extranjeros". Estas nada veladas amenazas, proferidas en un caluroso día de verano por Mohamed Gul Azizi, que ejerce el papel de mediador para asuntos tribales de Hamid Karzai, reflejan la dificultad que entrañaba que el líder opositor Abdulá Abdulá se convirtiera en la máxima autoridad del país y apartara del poder al presidente saliente. Con o sin segunda vuelta en las elecciones presidenciales, estaba cantado que Karzai iba a ver renovado su mandato porque, pese a los graves problemas detectados bajo su presidencia, seguía siendo la opción menos mala.

Las razones saltan a la vista. A diferencia de su rival, Karzai no es un presidente indigesto para Pakistán, país vecino en el que se libra otra batalla clave contra el extremismo islámico; es de la etnia pastún, mayoritaria en el país, a la que pertenece alrededor del 40% de la población afgana. Además, mantiene los canales abiertos con ciertos sectores del movimiento talibán y es mucho más capaz de dialogar con ellos que su oponente, quien los batalló en la época en que era la mano derecha del legendario comandante antitalibán Ahmed Sha Masud, apodado el León del Panshir .

Sin embargo, Karzai deberá hacer ímprobos esfuerzos si no quiere que Occidente acabe por retirarle su apoyo. "La credibilidad del Gobierno de Karzai se decidirá ahora por las acciones que emprenda... El primer test será la formación del Ejecutivo; si es serio acerca de las promesas de reforma, lo tenemos que ver", advirtió a la agencia Reuters un funcionario occidental.