El presidente de EEUU, Barak Obama, pondrá a prueba la cordialidad japonesa y el músculo político del Gobierno del primer ministro Yukio Hatoyama cuando llegue hoy en visita oficial a Japón, primera escala de su gira asiática. Lo más seguro es que Hatoyama ofrezca palabras tranquilizadoras a su socio estadounidense. Sin embargo, Washington sabe muy bien que el recién estrenado Gobierno japonés del Partido Democrático (PDJ) llegó al poder con la promesa de desmantelar la base militar estadounidense de Futenma, situada en una poblada zona de Okinawa.

La población de Okinawa ha venido realizando manifestaciones masivas en contra de las bases de EEUU durante las últimas dos décadas. La gran mayoría de los 47.000 soldados estadounidenses en suelo japonés se concentran en Okinawa. Los habitantes se quejan de que los soldados están por encima de la ley y no pueden ser juzgados por los tribunales nacionales, aun cuando ha habido decenas de casos de violaciones a mujeres protagonizados por marines.

Precisamente ayer, mientras el emperador Akihito celebraba los 20 años de su llegada al trono con un discurso en el que llamaba a los jóvenes a no olvidar la historia del Imperio, miles de manifestantes reclamaban el cierre de las bases. En la capital, un grupo de 50 manifestantes pedía ante la embajada de EEUU el traslado de las bases y el fin de la guerra de Afganistán.