Responsabilidad, adaptación, cultura general, madurez, mano de obra barata. Son términos que se manejan en Francia en un debate encendido con la mecha de los suburbios. El fuego lo prende el primer ministro, Dominique de Villepin, con su decisión de rebajar a los 14 años el inicio del aprendizaje de un oficio, algo que ahora sólo se permite a los 16, la edad mínima obligatoria para poder abandonar la escuela. "Es serio". Esta flor se la tira la directora de un restaurante, su jefa, al joven cocinero Thierry. Hace dos años llegó al local como aprendiz. Tenía 16.

"Estaba asqueado. No me gustaba lo que tenía que estudiar", recuerda este joven de las Antillas, que se dispone a despojarse de su uniforme de trabajo tras una jornada laboral agitada en un París en jornada festiva. Vive desde los 12 años con sus tíos y sus seis primos en el suburbio parisino de Montreuil, en el conflictivo 93, donde hace dos semanas estalló la revuelta.

No es fácil salir de los guetos. Por eso, Thierry confiesa: "Estoy contento. Estoy en la buena vía". Es uno de los 342.000 jóvenes que el año pasado estaban aprendiendo un oficio. El sistema combina de forma proporcional horas de trabajo remuneradas y horas de estudio en las que no sólo se aprenden las materias propias del oficio deseado. Este joven cocinero completó los estudios en la escuela de hostelería Eugenie Cotton, un nombre que se le resiste a la hora de escribirlo.

Thierry es, sin duda, de los salvados de la exclusión. Como dice: "Hay que estar motivado". No es el caso de los 150.000 jóvenes que abandonan cada año el colegio sin diploma ni cualificación, según un reciente informe de la Inspección General de la Educación.

Pasado caótico

Tienen 16 o más años, un pasado escolar caótico y, a menudo, un futuro sin promesas que los empuja a la delincuencia y, en las últimas semanas, a la quema de coches. El joven antillano también se desmarca de la reciente estadística ofrecida por el Observatorio de las ZUS, las Zonas Urbanas Sensibles, salpicadas ahora de protestas y de donde él también procede. Según este observatorio, "en el 2004, la tasa de paro de entre 15 y 29 años fue del 20,7% de media en las ZUS, más del doble de la media nacional".

Pero el caso ejemplar de Thierry podría no ser tal si hubiera entrado en la cocina del restaurante parisino con sólo 14 años. El mismo lo reconoce: "No creo que hubiera sido capaz. Ya cuando vine tenía mucho miedo, tenía miedo de hacer tonterías, de equivocarme". Su jefa, Elisabeth, remata: "Se cansan físicamente, y luego está la noción de responsabilidad".

Las pegas empresariales a la iniciativa de Villepin son una anécdota comparada con las cargas de profundidad lanzadas estos días por profesores, sindicatos, padres, asociaciones de jóvenes, asociaciones de artesanos y partidos. El vínculo subyacente entre la propuesta de dejar la escuela a los 14 años y la revuelta juvenil en el extrarradio huele a "mayor exclusión" y "dejación de las tareas del Estado", según los afectados.

Orgullo francés

La escuela pública es aún un orgullo para los franceses. En 1959, Charles de Gaulle decretó la escolarización obligatoria hasta los 16 años. Ahora, uno de sus hijos políticos quiere enmendarle la plana.

No lo hará de rositas. "A los que no pueden sobrevivir, el Gobierno les responde: ¡Fuera. A trabajar! ", denuncia la Federación de Padres de Alumnos (FCPE, cercana al PS). "Si el aprendizaje sirve como un castigo, es que el Gobierno no ha entendido nada", increpa una profesora. "De la relegación social a la relegación escolar", critican los sindicatos.

Problemas por resolver

Todos a una apuestan por los Thierry de 16 años y lanzan a la cara de Villepin los problemas de la educación que, precisamente, hay que resolver para evitar fugas escolares antes de esa edad. Uno de ellos lo plantean precisamente las ZEP, las Zonas de Educación Prioritaria, nacidas en los años 80 para ayudar a los escolares más desfavorecidos de barrios conflictivos. Su objetivo no se cumple. El absentismo en estos centros es del 4,15%, frente al 1,9% del resto.

El debate en curso afecta también a la propia esencia del aprendizaje de un oficio, como recuerda Elisabeth, "de larga tradición en Francia". Por eso, las asociaciones de artesanos empuñan también sus armas contra el Gobierno, ya que consideran que a los gremios se debe llegar por gusto y no por defecto. Philippe Duran, de la asociación Petit Nye, con larga tradición de trabajo en los barrios conflictivos concluye: "No puede considerarse como un cero al chaval que no quiere estudiar hasta el final".