"Nunca había visto algo así antes. Solo durante la revolución de Jomeini, en 1979". Reza, de 70 años, avanzaba lentamente junto a su hija en medio de una marea humana de simpatizantes de Mirhusein Musavi, el líder reformista que perdió las polémicas elecciones presidenciales del pasado viernes frente al ultraconservador Mahmud Ahmadineyad.

Centenares de miles de iranís caminaron casi en silencio, sin cánticos ni eslóganes, con los brazos alzados haciendo el signo de la victoria. "¿Dónde está mi voto?", se podía leer en decenas de carteles que sostenían muchos de los manifestantes, que protestaban por unos resultados calificados de "gran fraude". La manifestación concluyó con enfrentamientos entre grupos de milicianos basij y seguidores de Musavi. Hubo un muerto por arma de fuego, decenas de heridos y numerosos detenidos.

LARGO CAMINO Ya no eran solo "los niños pijos", como los califican los seguidores de Ahmadineyad, los que se movilizaron para exigir la repetición de los comicios, sino gente de toda clase y condición. Mujeres enfundadas en el chador caminaban junto a jóvenes con ropas modernas. Familias de clase alta se codeaban con las de menos recursos. "Esto es el principio de una revolución. Es solo el inicio de un largo camino", dijo una estudiante. "Estamos enviando un mensaje al mundo. Queremos más libertad", enfatizó un hombre.

En algunos tramos apenas se podía avanzar. En un claro entre la muchedumbre, varios jóvenes sostenían una larga pancarta escrita en farsí: "Nosotros no somos basura". Así llamó el domingo Ahmadineyad a los seguidores de su rival. "Ayer estuve en las calles, mientras la policía reprimía un pequeña marcha. Me fui a casa desolada, pensando que esto se había acabado. Nunca imaginé que hoy fuéramos tantos", afirmó una de ellas. Muchos manifestantes caminaron con pañuelos que les cubrían la cara, para no ser reconocidos. "Hace 30 años, la gente saltó a la calle sin miedo y con un líder, Jomeini", afirmó un universitario. "Ahora hay miedo, por eso mucha gente se cubre el rostro", añadió.

Solo hubo abucheos cuando un helicóptero policial sobrevoló la manifestación. En los laterales de la larga avenida se apostaron jóvenes que mostraban un cartel en el que se podía leer: "Silencio". Se unieron desde los que exigen reformas pero sin cambiar el sistema, en cuyo vértice está el guía supremo, el ayatolá Alí Jamenei, hasta aquellos que pretenden acabar con el principal fundamento de la Revolución Islámica, que propugna la primacía de lo religioso en los asuntos del Estado.

Los primeros lo tienen más fácil. Musavi, un hombre de profundas convicciones religiosas, es parte del sistema. "No he venido para cambiar de régimen, lo único que pido es que se respete mi voto", dijo Alí, un padre de familia que llevaba de la mano a su hija pequeña. "Quiero que se repitan las elecciones y que vengan observadores de la ONU", agregó. Así lo prometió Musavi ayer en su fugaz aparición pública, la primera desde el viernes.

A su lado compareció el candidato también reformista Mehdel Karrubi. Musavi llegó a bordo de un todoterreno a la plaza Enghelag (Libertad en farsí), de donde partió la marcha. "Estamos preparados para participar en unas nuevas elecciones. El voto del pueblo es mucho más importante que la persona de Musavi o de cualquier otro". El Consejo de Guardianes de la Revolución anunció que atenderá la petición de Musavi y dará su veredicto en "el plazo más breve".

Muchos manifestantes se acercaron a la prensa internacional para agradecerles su presencia y pedirles que expliquen al mundo lo que está pasando en Irán. La cita, hoy, es en la plaza Vali Asr, en el centro de la ciudad, la misma en la que el domingo Ahmadineyad celebró su contestada victoria. Y cada día, a partir de las 10 de la noche, los pro-Musavi se subirán a las azoteas de sus edificios para gritar al unísono: "¡Al a Akbar!" (Dios es grande). Reza, el hombre de 70 años que va cogido del brazo de su hija, promete que lo hará. "Yo participé con entusiasmo en la revolución de Jomeini, y luego me di cuenta de que me equivoqué".