En la narcoguerra mueren muchos que simplemente pasaban por allí. Pero el hallazgo de los 72 emigrantes centro y suramericanos asesinados por Los Zetas en un rancho de Tamaulipas ha puesto en la picota del continente a un México donde, desde los funcionarios migratorios y la policía a la delincuencia organizada, se secuestra y maltrata hasta la muerte a los sin papeles que tratan de cruzar el país camino a Estados Unidos. Provenientes de El Salvador, Honduras, Ecuador e incluso Brasil, los 58 hombres y 14 mujeres, alguna de ellas embarazada, cayeron en manos del militarizado grupo de narcos, que les exigió rescate o trabajo como sicarios. Y acabó por ametrallarlos cara a la pared. Para el presidente, Felipe Calderón, la ofensiva militar "ha debilitado significativamente" a las mafias, que tienen que "recurrir a la extorsión y el secuestro de emigrantes para abastecerse de recursos y personas".

No opinan igual las organizaciones civiles que desde hace tres años vienen denunciando el "secuestro sistemático, generalizado y masivo" de emigrantes, su "sometimiento a condiciones de explotación laboral y sexual", el asesinato de muchos de ellos... Las oenegés de derechos humanos y ayuda a los sin papeles critican ahora: "El Estado ha ignorado nuestras denuncias. El Gobierno se ha limitado a negar la dimensión de la tragedia. Las autoridades permiten que florezca la industria del secuestro de emigrantes".

20.000 CASOS AL AÑO Amnistía Internacional (AI) resalta, además, que en la "escandalosa situación que afrontan los emigrantes" hay una "clara colusión de agentes del Instituto Nacional de Migración" con los grupos criminales que los secuestran. En este sentido, meses atrás, incluso la oficialista Comisión Nacional de Derechos Humanos cifró en unos 20.000 al año los sin papeles de países situados más al sur que caen secuestrados en México.

Como la salvadoreña Marisolina, que narra al diario El Universal su reclusión en una casa de seguridad de Los Zetas en Veracruz, donde hizo de cocinera y lavó la ropa del apodado el Perro . Este le explicó: "Soy el carnicero. Mi trabajo es deshacerme de la basura que no paga. Los hago en cachitos para que quepan en los bidones y les prendo fuego hasta que no queda nada de esos pendejos".

Marisolina, que vio "desaparecer a muchos" emigrantes, supo de seis carniceros en otras tantas casas de seguridad de Los Zetas a lo largo del camino de los sin papeles . Y escuchó cómo los jefes hablaban con "los policías, los de Migración o los maquinistas, que les avisaban cuando venía un grupo numeroso" de emigrantes. Pasaban por allí.