Todo está listo en la sede de la Universidad de Misisipí en Oxford para el que, oficialmente, es el primer debate electoral de la campaña presidencial entre Barack Obama y John McCain. La organización, desde el gobernador del estado hasta la Comisión de Debates Presidenciales, no quiere ni oír hablar de que no va a haber duelo. Pero ayer John McCain continuaba insistiendo en que el único debate que cuenta "es el que se celebra en el Capitolio", poco antes de que los dos partidos y las dos cámaras anunciaran un principio de acuerdo sobre el plan de rescate de la deuda bancaria. Y sin McCain, que dijo que suspendía su campaña hasta que hubiera acuerdo, no hay debate.

El último golpe de efecto de McCain en una campaña republicana tan repleta de ellos como falta de contenidos, ha generado una gran tormenta política. Lo que para los demócratas es un acto de electoralismo y oportunismo político de una campaña agobiada por unas encuestas que indican que la economía está jugando en su contra, para los republicanos es un ejemplo de que, de nuevo, McCain pone el interés del país por delante del propio. Sea como sea, el candidato republicano ha logrado que en un momento delicado todo el mundo hable de él.

OPORTUNISMO "Nuestra economía está en crisis y estamos luchando en dos guerras en el exterior. Los estadounidenses se merecen oír lo que el senador McCain y yo tenemos que decir", insistía ayer Obama en su intervención ante el foro de Bill Clinton en Nueva York. "El momento es demasiado grave como para suspender la campaña o ignorar todos los asuntos a los que el próximo presidente tendrá que enfrentarse", dijo el senador para criticar una decisión --no acudir al debate-- que en EEUU es muy trascendente.

En el Capitolio, los líderes demócratas denunciaron el oportunismo de McCain de presentarse como salvador del país en un momento en que las negociaciones entre el Congreso y la Administración de Bush sobre el plan de rescate bancario estaban ya muy avanzadas sin que hubiera hecho falta que interviniera el candidato republicano. Como aquí ningún protagonista da puntada sin hilo, a nadie se le escapa que la cumbre que convocó para ayer Bush en la Casa Blanca con los dos candidatos y los líderes del Congreso fue idea de McCain. Y que en esa foto el republicano tenía mucho que ganar y el demócrata, más bien poco.

Si el principio de acuerdo sobre el plan bancario es aprobado por la Administración, McCain acudirá al debate y se presentará como alguien que pone por encima de cualquier cosa los intereses del país en un momento de crisis. Si el acuerdo sobre el plan bancario se atasca por cualquier motivo y el republicano no se presenta al debate y Obama sí, la derecha lo presentará como un ejemplo de cálculo electoral del demócrata.

Como todos los golpes de efectos de McCain en la campaña (la elección de Sarah Palin como número dos, sin ir más lejos), su órdago es muy arriesgado. Su campaña debe vender a la opinión pública que no está usando la crisis en provecho propio (el acuerdo se ha negociado sin él, eso es un hecho). No acudir al debate sería un duro golpe a la cultura política de EEUU, en la que los debates son sagrados. Y más en esta campaña tan reñida, y más siendo el primero. Karl Rove explicaba en The Wall Street Journal que desde 1960 el considerado ganador del primer debate logró una ventaja de más de cuatro puntos en los sondeos.