No sabemos construir Estados, se nos da mejor bombardearlos. Por eso Afganistán es un fracaso militar y político. EEUU y sus aliados han gastado más de un billón de dólares (el trillón norteamericano) en perseguir talibanes. A la creación de la paz, es decir, a la construcción de una infraestructura básica, se han dedicado 117.000 millones de dólares. La desproporción explica el naufragio: 90% frente al 10%.

Desde el 2002 han muerto 2.312 soldados de EEUU. Otros 20.000 resultaron heridos. También murieron 3.549 soldados de los países aliados, entre ellos, 100 españoles, además de dos policías. Los años más mortíferos fueron entre el 2007 y 2013. Todo empezó a ir mal cuando EEUU se creyó su cuento de que había ganado. Desde el 2007, los talibanes tienen la iniciativa militar y, de alguna manera, la política. No es fácil revertir la situación cuando se ha perdido el apoyo de la gente.

El mismo nombre de la misión, Libertad Duradera, suena a burla en un país con una tasa de analfabetos superior al 70%. EEUU es un partido más en un conflicto. Somos aliados de los señores de la guerra que destruyeron el país tras la salida soviética. No hay victoria posible para ninguno de los bandos. Los talibanes no podrán conquistar Kabul mientras haya un B-52 norteamericano en el aire, ni EEUU derrotarlos. Trump aumentó sus tropas y dijo tener un plan para ganar la guerra. Resultó una bravata más en Twitter, su hábitat natural de pensamiento.

El Gobierno afgano presidido por Ashraf Ghani acaba de ofrecer un cese el fuego incondicional a los talibanes. Solo una propuesta para respetar el Ramadán. La oferta no es válida para el Estado Islámico que trata de asentarse en algunas zonas del país. Afganistán es un escenario perfecto para el ISIS una vez perdido el Califato en Siria e Irak.

Cultura de la violencia

Hablamos de un país atrapado en una cultura de violencia y supervivencia desde que la URSS lo invadió en 1978. El objetivo oficial era apoyar al gobierno del Partido Comunista afgano, que acababa de tomar el poder. En respuesta, EEUU organizó y armó guerrillas de muyahidines que terminaron por expulsar a los soviéticos en 1992. Ese desgaste fue clave en el hundimiento de la URSS.

La letra pequeña de ese éxito fue el surgimiento de Al Qaeda y del ISIS, y del terrorismo yihadista capaz de golpear en Londres, París, Madrid, Mogadiscio, Sanaá, Kabul o Bagdad. Pese a que se trata del mismo fenómeno, solo contamos los atentados que afectan a nuestras ciudades. Esa división xenófoba es una derrota moral, como lo es dar la espalda a los refugiados que huyen de las guerras que lubricamos.

En el cementerio de los ingleses de Kabul se pueden leer lápidas conmemorativas de las dos derrotas británicas en el siglo XIX. Son un mensaje de la imposibilidad de una victoria en un país tan montañoso. Es una guerra que hemos perdido cuatro veces: dos el imperio británico, una la URSS y la última, EEUU y sus aliados. Los pastunes (etnia a la que pertenecen los talibanes) es un pueblo guerrero al que solo derrotó Alejandro Magno. Para lograrlo cometió un genocidio.

Los pastunes recuerdan a los hutís, otros luchadores indomables más allá de que sean chiís apoyados por Irán. Las demás tribus yemenís están en su contra, pero ninguna los combate. Si el 90% de los yemenís los rechazan, el 100% está unido en el odio a los saudís, vistos como invasores. Sucede algo parecido en Afganistán. Son guerras que se libran desde el aire sin el apoyo de la población.

Cuando las tropas de EEUU enses entraron en el valle del Korengal, fronterizo con Pakistán, donde se libraron los mayores combates, visitaron las aldeas tocados con sus cascos, gafas de sol, fusiles de asalto y botas de las siete leguas. La comunicación resultaba imposible, no había puentes entre quienes todo lo han visto y los que no han visto nada, más allá de lo que muestran sus satélites y mirillas telescópicas.

Es célebre la frase, «ustedes tienen relojes, nosotros, el tiempo», atribuida a tantas fuentes que nadie sabe el origen real. Lo importante es que explica el abismo mental entre invasores e invadidos. Los primeros tienen la necesitad de vender libertad duradera donde solo hay pobreza e injusticia, donde la tradición es más fuerte que las leyes.

Creemos que el problema es el burka pero solo es la consecuencia de un problema mayor en el que las mujeres son las víctimas. Cambiar la mentalidad de los varones, que las niñas cursen secundaria y la universidad, exige algo más que bombas, demanda un cambio estructural que obligaría a inversiones económicas y de talento durante 50 años.