Little Boy , una bomba A de una potencia de 15 kilotones de TNT, explotó a las 8.15 horas a unos 600 metros de altitud en el cielo de Hiroshima. La explosión tuvo lugar encima de un hospital que fue derruido en 1992 para construir un centro comercial. El doctor Shuntaro Hida, de 88 años, se acuerda bien de este hospital. En agosto de 1945 trabajaba en él. Tenía 28 años.

"Alrededor de mí, sentía que era el fin de la guerra. Que habíamos perdido. Casi todas las ciudades de Japón --fueron 66-- habían sido arrasadas por los bombardeos. Me preguntaba por qué Hiroshima no", dice. Desde 1944 curaba a heridos repatriados de China, Filipinas y otros países que ocupaba el Ejército imperial.

La noche del 5 al 6 de agosto, tiene que ir a Hasaka, ciudad trepada en la montaña a cinco kilómetros de Hiroshima, para atender a una niña. A las ocho de la mañana, se dispone a ponerle una inyección cuando ve un punto negro en el cielo de Hiroshima. Es un avión. De golpe, el apocalipsis, una luz cegadora. "El calor se intensificó, todo se puso a brillar", recuerda.

"Tuve que protegerme los ojos. Una explosión extraordinaria me tiró al suelo a una decena de metros. Vi cómo se formaba en el cielo un gran círculo de fuego, una nube roja y, al final, un enorme hongo. Todo quedó destruido. La niña y yo estábamos vivos. Vi desaparecer a Hiroshima bajo un mar de fuego", explica el doctor.

Salta sobre su bicicleta. "Me dirigí a la ciudad y me crucé con las primeras víctimas que huían. No eran seres humanos, sino monstruos carbonizados. La piel les colgaba a tiras. Para llegar al hospital del Ejército, tuve que cruzar el río. La gente afectada saltaba al agua. La ciudad ardía, extrañamente silenciosa. No quedaba nada del hospital, donde había 600 personas entre personal y enfermos. Solamente sobrevivieron tres", prosigue el doctor.

Las 78.000 primeras víctimas de Hiroshima --de los 350.000 habitantes de esta ciudad-- murieron en condiciones atroces (71.000 cuerpos no pudieron ser identificados nunca), algunas literalmente pulverizadas por la deflagración. Para los supervivientes, el calvario se prolonga por el efecto de la lluvia radiactiva que cae en nubes llenas de hollín y de restos del hongo. Otras 70.000 personas murieron tras estar expuestas o haber bebido este agua altamente tóxica hasta diciembre de 1945.

Tras el ataque, los hospitales de Hiroshima están sobrecargados. Los médicos son incapaces de identificar los síntomas de enfermedades que nunca antes han visto. Pero el 8 de agosto, en el hospital de la Cruz Roja, un equipo médico descubre que la película de la sala de radiografía con rayos X había quedado expuesta a la explosión. Las autoridades militares se dan cuenta entonces de que la bomba enemiga es de un tipo nuevo, "de origen nuclear".

"Desde entonces --recuerda el doctor Hida--, intentamos hacer nuestras propias investigaciones sobre los efectos de la bomba. Pero los norteamericanos nos lo impidieron". Las películas grabadas, entre septiembre y noviembre de 1945, por un equipo de médicos japoneses, quedan confiscadas por los norteamericanos, que las devolvieron a Japón en 1973.

Durante la ocupación estadounidense, de 1945 a 1952, la Comisión de las Víctimas de la Bomba Atómica, creada por la Casa Blanca, es la única que puede estudiar los efectos. La comisión convierte a los irradiados --entre ellos, el doctor Hida-- en cobayas de la medicina nuclear naciente, pero la comisión no cura, sólo saca muestras de los cadáveres e informa a EEUU.

Japón no pudo enterarse de más hasta 1956, cuando se construyó el primer hospital especializado. En 1994, los científicos de EEUU y Japón concluyeron que la exposición a la bomba de uranio desarrolla nueve tipos de cánceres, entre ellos, la leucemia, piel, tiroides, esófago, estómago y sistema urinario.

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