La fiscalía de la capital de México presentó el martes, todos vestidos de blanco, al obispo de la secta de la Santa Muerte, David Romo, y ocho de sus acólitos, entre ellos una joven de 17 años, como miembros de un grupo de secuestradores que encima se hacían pasar por sicarios de Los Zetas, el más temible cártel mexicano. Romo acusó al Gobierno local de "fabricar culpables" a base de torturas, pero la fiscalía presentó también un vídeo que muestra al líder religioso cobrando un rescate en un banco.

El Gobierno del Distrito Federal montó también un dispositivo de seguridad en torno al templo principal de veneración de esa imagen esquelética de sonrisa escalofriante, con una guadaña en una mano y un globo terráqueo en la otra, en el conflictivo barrio bravo de Tepito. Hasta ayer, David Romo, que se autodefinía como "párroco católico no romano", reunía ahí a más de 200 personas en las misas entre semana. Más de un centenar acuden diariamente a dejarle a la parca ofrendas como copas de tequila o cigarrillos.

Más de un millón de mexicanos, no solo asesinos y malvivientes que la llevan tatuada, sino también amas de casa y profesionales, veneran a la Santa Muerte. Aunque Romo le atribuye orígenes prehispánicos --que los antropólogos niegan--, el culto nació hace menos de medio siglo. La Iglesia católica condena esa devoción como satánica y puso el grito en el cielo cuando el Gobierno mexicano aprobó la inscripción de la macabra secta como organismo religioso.