Decenas de miles de universitarios protestaron ayer en toda Italia contra la ley de reforma de la universidad, cumpliendo la promesa de "dejar a los palacios del poder en la soledad de sus miserias". En Milán y Palermo se desataron enfrentamientos contra la fuerza pública, que se saldaron con dos heridos. Los estudiantes protestan contra una reforma que privatiza parcialmente los ateneos, reduce los puestos de investigadores (acceso obligado para hacer una carrera profesional en la universidad) y orienta la universidad exclusivamente hacia el mercado laboral.

En Roma salieron a la calle unos 30.000 estudiantes. Los manifestantes no intentaron llegar al Senado --que se ha propuesto aprobar definitivamente la ley durante una sesión continua--, como ocurrió la semana pasada. Pero tanto en la capital italiana como en todo el país los manifestantes bloquearon las principales arterias de comunicación, colapsando el tráfico de entrada y salida en las periferias de las ciudades. Los participantes en las protestas hicieron alarde además de cierta imaginación, pintándose las manos de blanco, entregando paquetes regalo a los inmigrantes, coloreando las fuentes públicas de rojo o enlutando sus vestidos "por la muerte de la educación pública".

ROSARIO DE INCIDENTES En Palermo, los estudiantes tiraron huevos, naranjas y petardos contra la sede del Gobierno autonómico, hiriendo a un periodista. Un policía se rompió una mano. En Venecia sitiaron la comisaría a bordo de barcas y góndolas. En Milán intentaron forzar el asedio del rectorado de la universidad, sirviéndose de extintores, alicates de grandes dimensiones y papeleras callejeras de cemento. En Pisa se encadenaron en las rejas de la subdelegación del Gobierno.

En Nápoles, mientras, ocuparon la estación central, punto neurálgico del tráfico ferroviario hacia el sur de la península. En Cosenza soltaron al aire globos llenos de pintura que chocaron contra las paredes de la delegación local del Gobierno, que quedaron hechas una macedonia. En Ancona, los manifestantes colorearon el agua de las fuentes públicas, e igual le sucedió a la grande fuente del Janículo en Roma. En Turín también se registraron incidentes, ya que ocuparon la Mole Antonelliana, símbolo de la ciudad.

Los manifestantes reclamaron a la CGIL, primer sindicato del país, una huelga general con el objetivo de bloquear la aprobación de la legislación. "Queremos bloquear el país, respondiendo de esta manera a quien está intentando bloquear nuestro futuro", decían. Sin embargo no arremetieron solamente contra la reforma universitaria, sino también contra la oposición progresista, contra la patronal, la FIAT y los sindicatos. Según apuntaron, todos son culpables de estar "destruyendo los convenios colectivos", que poco tienen que ver directamente con la reforma universitaria.

BECAS Y AUTONOMIA La principal crítica que estudiantes y profesores dirigen a la reforma es el drástico recorte de las becas, que favorecerá a los hijos de familias pudientes, pero también rechazan la pérdida de autonomía de las universidades, ya que el Gobierno podrá nombrar a representantes en sus consejos de administración y decidir el cambio de un rector. Otra crítica se refiere al recorte de los incentivos previstos para que los residentes en una ciudad se trasladen a estudiar a otra.

Los jóvenes investigadores, que trabajan con becas de unos 2.000 euros mensuales con la esperanza de llegar un día a ser asistentes y más tarde profesores, podrán gozar de la ayuda solo durante tres años, renovables por otros tres, al final de los cuales, o habrán encontrado trabajo o volverán a sus casas.

Todos apoyan otros puntos de la reforma, como la prohibición de que las universidades empleen a familiares de directivos hasta el cuarto grado de parentesco. "Pero esto no merece una reforma", subraya el progresista Luigi Zanda.

DIALOGO TRUNCADO "Había que haber hablado más con los estudiantes", admitió el presidente del Senado, Renato Schifani, después que el presidente de la República, Giorgio Napolitano, decidiera recibir a una delegación de los universitarios. "Hay que escuchar sus razones", dijo el jefe del Estado. Según él, "la protesta pacífica, aunque a veces sea tapada por una violencia inadmisible, es un indicio de malestar que las democracias no pueden ignorar".