Desde los días del Imperio otomano, cada una de las comunidades religiosas que componen el Líbano ha recurrido a las armas para rebelarse contra los impuestos y las levas abusivas o para defender sus feudos territoriales y sus privilegios. Con el paso de los siglos poco ha cambiado. Hoy sigue habiendo armas en cada casa libanesa. Es parte de la tradición y del instinto de supervivencia. La mayoría son viejos kalashnikov de los tiempos de la guerra civil, desempolvados ahora para hacer frente a esta nueva fase de confrontación. El resurgir de las armas se acompaña de un florecimiento de las milicias, agrupadas en torno a cada partido político.