En las ocho jornadas de lapso entre el día del Holocausto y el de la Independencia, Israel celebra el tránsito simbólico de la destrucción a la vida, de la aniquilación de un tercio de la población judía mundial al establecimiento de un Estado judío. En medio de este clima de recuerdo y reflexión, el ministro de Defensa, Ehud Barak, lanzó ayer una advertencia con escaso predicamento entre la actual clase dirigente israelí. Barak dijo que hay que acabar con la ocupación, a su juicio, un anacronismo indigesto para el resto del mundo.

"El mundo no está dispuesto a aceptar la perspectiva de que Israel siga gobernando a otro pueblo durante varias décadas más, y eso no lo vamos a poder cambiar en el 2010", aseguró el dirigente laborista a la radio israelí. "Es algo que no existe en ningún otro lugar del mundo", dijo en referencia a la ocupación de los territorios palestinos. Durante su breve etapa de primer ministro hace una década, Barak negoció con Yasir Arafat en Camp David. Contempló incluso la posibilidad de dividir Jerusalén en base a los llamados parámetros del entonces presidente de EEUU, Bill Clinton: los barrios árabes para los palestinos y los judíos para Israel. Pero mucho ha cambiado desde entonces. Jerusalén es innegociable para el Gobierno de Binyamin Netanyahu.

Su decisión de seguir construyendo asentamientos en la ciudad, cuando EEUU pretendía relanzar la negociación con los palestinos, ha abierto una grave brecha con su aliado. "La alienación que se desarrolla con EEUU no es buena para Israel", reconoció Barak. "Por este motivo debemos cambiar las cosas", añadió.

Pero en el Likud se sigue hablando de "territorios liberados o en disputa", en lugar de ocupados. Algunos incluso alimentan la ilusión de que los palestinos acabarán yéndose. Otros parecen cómodos con el status quo porque, mientras los palestinos viven una vida kafkiana, en Israel la economía florece y el conflicto se ha vuelto casi invisible.