Para entender lo que supone participar en la Fuerza Interina de las Naciones Unidas en el Líbano (FINUL) basta un dato: desde su creación en 1978, 258 cascos azules han muerto en la zona. En este tiempo, la FINUL ha sido testigo de dos guerras en el Líbano y de incontables violaciones de la frontera y escaramuzas entre Israel y varias milicias, primero palestinas y después de Hizbulá. Desde el punto de vista diplomático, la FINUL ha sufrido furiosas acusaciones de Israel de no hacer nada para evitar ataques contra el Estado hebreo, pese a que su mandato solo establecía en este sentido que ayudaría al Gobierno libanés a imponer su autoridad al sur del río Litani.

Una ratonera

No es de extrañar, pues, las dudas que embargan a los países candidatos a enviar tropas. Francia e Italia exigen unas reglas de enfrentamiento sin ambigüedades, mientras que en España los políticos coinciden en que Madrid debe tener peso específico en Oriente Próximo, pero los militares advierten de que el sur del Líbano puede convertirse en una ratonera. Y la prioridad del Gobierno alemán es que sus soldados no se enfrenten bajo ningún concepto con los israelís.

"La misión de la FINUL es de alto riesgo", opinan fuentes diplomáticas occidentales en Jerusalén. En primer lugar, por Hizbulá. La milicia no va a desarmarse voluntariamente, la FINUL no la obligará y el Gobierno libanés navega entre dos aguas: por un lado, no puede forzar el desarme y, por el otro, soporta la presión de EEUU para que cumpla la resolución 1701 --que prevé que en el Líbano no haya más armas que las del Ejército libanés y las de la FINUL--, y la resolución 1559, que exige el desarme de todas las milicias. En este contexto, ¿qué significa que la resolución 1701 autoriza a la FINUL a usar "todas las medidas necesarias" para asegurar que el sur del Líbano no es utilizado para "actividades hostiles"? Es decir, si la milicia ataca a Israel, ¿la FINUL debe evitarlo por la fuerza?

Conflicto servido

Al margen de que, en los tecnicismos de la ONU, la resolución 1701 no aclara este extremo, si la FINUL se enfrenta a Hizbulá, el conflicto militar con la milicia y el político con Siria e Irán y la opinión pública árabe estarán servidos. Si no lo hace, despertará la furia de Israel. Lo que lleva a los riesgos diplomáticos. Tradicionalmente, Israel nunca ha visto con buenos ojos la presencia de fuerzas internacionales en sus conflictos. Su relación con la actual FINUL ha sido pésima. Francia, Italia y España se perfilan como los países europeos con mayor peso específico en la misión, y ninguno de los tres, por diferentes motivos, mantiene unas relaciones diplomáticas fluidas con Tel-Aviv. Ausentes EEUU y Gran Bretaña, Israel ve con recelos a una FINUL formada por países europeos y asiáticos, muchos musulmanes, y rechaza la presencia de países con los que no mantiene relaciones diplomáticas.

Además, la misión también debe velar por la integridad de la frontera. Una vez se hayan retirado sus tropas, Tel-Aviv se reserva el derecho a la defensa propia. Si, como ha sucedido durante años, las tropas hebreas actúan en el Líbano, ¿denunciará la FINUL las violaciones de la frontera que Israel argumentará que lleva a cabo porque Hizbulá no ha sido desarmada? No es política ficción: el primer ministro israelí, Ehud Olmert, prometió que seguirá "cazando" a los líderes de Hizbulá.

El principal problema es que la guerra, en realidad, no ha acabado. Hizbulá se considera ganadora y reforzada. Israel tiene su orgullo militar herido, y este hecho va más allá de la psicología en un país que hace de su capacidad disuasoria el pilar de su supervivencia, sobre todo ante la creciente amenaza iraní.

A corto plazo, ni la milicia ni Tel-Aviv parecen predispuestos a reiniciar el conflicto, pero a ambos lados de la frontera la mayoría considera que estamos en un periodo de entreguerras.