El convoy de vehículos encabezado por una ambulancia de la Cruz Roja, algunos con banderas blancas y otros con identificaciones bien visibles de prensa y televisión en los costados y en el techo, avanza con enormes cautelas por las bombardeadas carreteras de montaña del sur libanés. Sus pasajeros, --personal sanitario y unos pocos periodistas y fotógrafos-- tienen claro que la aviación israelí no da garantía alguna de libre pasaje a nada que se mueva o transite por las rutas secundarias en las cumbres que rodean a la ciudad turística sureña. En la mente de todos, un incidente que sucedió la víspera, en el que una ambulancia de Tiro fue atacada.

La pequeña caravana abandonó la ciudad por la mañana temprano. Su destino: Tebnine, una localidad a más de una hora en dirección este, atravesando pueblos vacíos, gasolineras reventadas, coches destrozados cargados de enseres --algunos de ellos boca abajo debido a la violencia de la explosión--, enormes socavones en el asfalto causados por los misiles y rescoldos humeantes de incendios provocados por los bombardeos aéreos. Allí, en el pequeño hospital de Tebnine, más de 1.300 personas están atrapadas desde hace días, sin agua corriente ni electricidad, esperando a que cesen los ataques o a hacerse un hueco en alguno de los escasos convoyes que regresan a Tiro. El centro de la ciudad, creen, ofrece una relativa seguridad.

En medio del frente

El hospital es el único enclave de Tebnine donde existe un mínimo de garantías de protección ante los ataques israelís.

El lugar, sin luz ni agua corriente, se asemeja más a una posición militar rodeada por el enemigo y situada en medio de un frente bélico que a un hospital. Su personal sanitario viste chaleco antibalas y casco. Los más de 1.300 desplazados se apiñan en pasillos oscuros, en las escaleras, en medio de un hedor nauseabundo, entre un irrespirable humo procedente del incendio de unos matorrales, provocado por el cercano impacto de un misil israelí, que nadie se atreve a apagar ante el enorme riesgo que entraña salir al exterior del edificio.

El hospital es el único lugar en el que los 1.300 desplazados se sienten relativamente a salvo de la ofensiva israelí. Un refugio algo precario y no necesariamente a cubierto de los bombardeos, si hay que atenerse al penetrante olor a pólvora que flota en el ambiente y al retumbar de las explosiones cercanas. Cinco mujeres ya han dado a luz prematuramente y han tenido que ser evacuadas junto con sus bebés en convoyes de urgencia. El único alimento de los 1.300 desplazados es un trozo de pan que se les da cada noche.

Entre empujones y gritos

"Llegué hace tres días; estoy aquí con 12 miembros de mi familia". Entre empujones y gritos, entre codazos, malos modos e incluso insultos, Tamara Huseini Yasín, de 15 años, consigue hacer llegar su voz al puñado de periodistas recién llegados desde Tiro. Ha huido de Bint Yebeil, localidad fronteriza con Israel, cuya captura fue anunciada ayer por las fuerzas armadas hebreas. "Vine caminando; tardé días en llegar aquí; Bint Yebeil es ahora una ciudad fantasma", explica en precario inglés. Los bombardeos, dice, han impactado junto a su casa. "Mi vecino resultó muerto durante un ataque", recuerda Tamara.

Husein Shami es otro de los que logra imponerse en medio del griterío para transmitir su tragedia a los extranjeros recién llegados a Tebnine. "Llegué aquí hace cuatro días; mi padre todavía está atrapado en Bint Yebeil, no puede llegar hasta aquí, está impedido; un proyectil impactó a 25 metros de mi casa", insiste. Según Husein pasaron muchos días sentados en los refugios antes de que pudieran salir al exterior para huir hacia Tebnine.

Carreteras desiertas

Las carreteras secundarias que unen Tiro con Tebnine están totalmente desiertas. Todo lo más, algunas ambulancias trasladando heridos. Uno a uno, la caravana va dejando atrás poblaciones enteras donde viven como sombras humanas un puñado de lugareños que se resiste a marchar. Tal es el caso de Amina Aidi, una mujer de 30 años atrapada en la población de Qana, a medio camino de Tebnine, y parada obligatoria de la ambulancia para dejar enseres. Allí permanece escondida en un pequeño comercio con su hijo de un año y nueve meses en los brazos.

Amina, que ha instalado un colchón en la parte trasera de su comercio para dormir allí y evitar desplazamientos, no puede evitar llorar cuando escucha el vuelo rasante de un avión israelí. "No quiero que me evacúen, preferimos morir aquí", espeta, desafiante

A mediodía, la caravana divisa Tiro, y la ciudad turística del sur libanés, desierta, se antoja a los pasajeros del convoy como un remanso de paz frente a la tragedia que vive Tebnine.