"En Ecuador no existe un criterio de prevención: de producirse un tsunami no tendríamos un sistema de alerta efectivo". La ingeniera Alexandra Alvarado, directora del Departamento de Sismología de la Escuela Politécnica Nacional, no se cansó en las últimas semanas de referirse al peligro que se cierne sobre la zona costera del país en caso de un desastre natural.

"Las autoridades no tienen planificado cómo evacuar las áreas ni los refugios que se necesitan", dijo. La acusaron de apocalíptica y superficial. Ella insistió: "En épocas anteriores ya hubo movimientos telúricos de esta magnitud". En medio de la controversia, lo que llegó no fue el desastre natural sino otra clase de terremoto. Pero a nadie le llamó la atención. Los ascensos y caídas de presidentes debido a revueltas cívicomilitares son parte de un inquietante ecosistema político.

El excoronel Lucio Gutiérrez se convirtió en el cuarto presidente constitucional que no pudo concluir su mandato desde que Ecuador recuperara el sistema democrático en 1979. El último presidente elegido que acabó su periodo fue el derechista Sixto Durán Ballén (1992-96). El caso de Gutiérrez ilustra cómo se dirimen las controversias en este país: en enero del 2000 había sido un activo protagonista del derrocamiento de Jamil Mahuad.

La misma moneda

Abdalá Bucaram fue destituido en 1997 por "incapacidad mental". Huyó de Ecuador y regresó hace muy poco, cuando el Tribunal Supremo anuló los juicios en su contra. Había unido su destino a Gutiérrez, prestándole su partido (el Roldosista) como sostén parlamentario. Se hundieron juntos desde que la sociedad los vio como las dos caras de una misma moneda.

Gutiérrez duró en el poder 27 meses, Mahuad 17, Bucaram, apenas seis. A este último lo sustituyó Fabián Alarcón, quien terminó en la cárcel por corrupto. "Esperemos que las cosas cambien y el país vaya por el camino del bienestar y progreso", dijo al asumir el cargo.

La inestabilidad institucional no es en sí un rasgo exclusivo de Ecuador. La región se ha prodigado en casos similares en la última década: Perú, Bolivia, Venezuela, Argentina. El dato novedoso de esta revuelta también se ha dado en otros países: la existencia de un activo sector de la sociedad teñido por un fuerte sentimiento antipolítico. El grito "que se vayan todos" --el mismo que sacudió a Buenos Aires en diciembre del 2001--, se convirtió en habitual en la protesta.

"Son unos forajidos de clase media", espetó Gutiérrez a la multitud cuando salió a rechazar sus maniobras judiciales. Los forajidos no tenían entidad: eran respuestas amorfas y espontáneas frente al cansancio. El calificativo "forajido" se convirtió, sin embargo, muy pronto en estandarte, un nombre propio que quedó estampado en camisas y banderas. Hasta se compuso una canción en la que se instó a los ecuatorianos a transformarse en "13 millones de forajidos" amotinados.

Los dirigentes políticos tradicionales fueron testigos impávidos del rápido desarrollo de un movimiento inasible a cualquier definición ideológica.