El sanguinario dictador ugandés Idi Amin Dada falleció ayer de muerte natural en un hospital de Yeda sin haber sido juzgado jamás por sus atrocidades. Quien quiso ser emperador de Africa residía en Arabia Saudí desde que fue expulsado del poder, el 11 abril de 1979, por el Frente Nacional de Liberación de Uganda y un sector del Ejército ugandés que había dirigido.

Durante los ocho años que duró su tiranía (1971-1979), unas 300.000 personas murieron o desaparecieron en su país, según estimaciones de Amnistía Internacional (entre 100.000 y 300.000 según otras fuentes) sobre una población total de 15 millones de habitantes en la época.

ANTROPOFAGO

Pero más allá de su crueldad, excentricidades megalómanas, baladronadas políticas y atrocidades cometidas contra su pueblo, Idi Amin ha pasado a la historia como antropófago. Insistentes rumores de servidores de palacio que escaparon a su saña, parientes o amigos caídos en desgracia, hablan de neveras llenas de carne humana, servida incluso en cenas oficiales. De cabezas cortadas en los frigoríficos junto a las cervezas y otros alimentos corrientes.

Las barbaridades que se contaron sobre él eran tan difíciles de creer que por algún tiempo la prensa seria las desestimó. Pero dos exministros ugandeses, Henry Kyenba, de Sanidad, y Gofrey Lule, de Justicia, confirmaron tras exiliarse en Gran Bretaña cómo la espiral sanguinaria de un dictador había derivado hacia profundidades de maldad desconocidas.

Hijo de un pastor de cabras y de una hechicera, Idi Amin, analfabeto, hombre de dimensiones poderosas y extraordinaria fortaleza física, fue durante diez años campeón de boxeo de su país. Se cuenta que en el sótano de su palacio de Kampala tenía una cámara reservada para sus juegos más brutales: tortura, mutilación y muerte. Extrovertido y simpático, Amin es, quizá, el único dictador que ha asesinado con sus propias manos a muchos de sus enemigos, al margen de los que llevaron a la muerte sus esbirros, a quienes ordenó usar martillos para ahorrar municiones.

Fascinado por Hitler, al echar a decenas de miles de indios y paquistanís dijo haber tenido una visión en la que Dios le dijo: "Si quieres salvar a Uganda es necesario expulsar del país a todos los extranjeros".

INDIFERENCIA INTERNACIONAL

"Amin ha pagado por sus pecados", afirmó ayer el ministro portavoz del presidente de Uganda, Yoweri Museveni. Pero nada más lejos de la realidad. Amin no fue juzgado pese a estar reclamado por el Tribunal de La Haya. Como tantos otros dictadores --Ferdinand Marcos (Filipinas), el sha Reza Pahlevi (Irán), Mohamed Siad Barre (Somalia), Mobutu Sese Seko (Zaire)-- escapó a la justicia. George Ngwa, de Amnistía Internacional, señaló ayer que la muerte del dictador es una triste ilustración de la incapacidad de la comunidad internacional para pedir cuentas a los jefes de Estado por sus abusos en materia de derechos humanos. "Esta indiferencia de la comunidad internacional, incluida Gran Bretaña y los gobiernos ugandeses posteriores, es la que le ha permitido escapar de la justicia", dijo Ngwa.

Su tranquila muerte contrasta con su desmesurada vida: Tuvo cinco esposas (una de ellas apareció despedazada en un coche de lujo), innumerables concubinas y 34 hijos. Sobrevivió a 13 atentados.