El reloj marcaba media hora después de las nueve de la mañana y el sol ya se hacía sentir en los jardines de la sede del gobernador de Kandahar, segunda ciudad de Afganistán y antiguo bastión del derrocado régimen talibán. Frente a una nube de periodistas, la mayoría de medios de comunicación locales o colaboradores de agencias extranjeras, apareció una camilla cubierta con una sábana rosa. Cuando un funcionario local levantó la parte superior del embozo, dejando a la vista un rostro sin vida, de tez violácea y patente ausencia de higiene, inmediatamente a su alrededor se agolparon las cámaras para tomar imágenes. Pero solo cuando el mismo funcionario dejó al descubierto un costado de la camilla y quedó patente que el difunto carecía de pierna izquierda, entonces ya nadie albergó dudas sobre su identidad: era el mulá Dadulá Lang, el principal jefe militar de los talibanes, muerto ayer en una operación militar en la provincia de Helmand, con lo que la insurgencia afgana sufrió un golpe muy duro.

"Es él, es él", repetía, una y otra vez a través de un teléfono móvil, uno de los informadores convocados ayer a la sede del gobernador de Kandahar. El murmullo de fondo fue a más y se convirtió en puro griterío. Pero, pese a las insistentes peticiones de muchos de los presentes, los funcionarios afganos se negaron en rotundo a mostrar otras partes del cuerpo de Dadulá aparte del rostro, la parte superior del pecho o el costado izquierdo.

CONSTANCIA GRAFICA Pasados unos minutos, los suficientes como para que quedara constancia gráfica de que había caído el enemigo público número uno del Gobierno de Hamid Karzai en el sur, los camilleros hicieron un amago de retirar el cuerpo, momento que tuvo que retrasarse ante los ruegos de algunos periodistas de TV, que querían grabar sus entradillas informativas.

A diferencia de otros acontecimientos recientes similares --como el ajusticiamiento del expresidente de Irak, Sadam Husein-- y pese a que Dadulá era probablemente uno de los comandantes más odiados por la oficialidad afgana, sino el que más, no hubo insultos, ni salidas de tono hacia el difunto, ni el cuerpo fue objeto de escarnio. La exhibición del cadáver estuvo rodeada de una relativa atmósfera de pulcritud, dadas las circunstancias, y ni siquiera el cadáver de Dadulá desprendía el habitual hedor a muerte. Su cuerpo parecía recubierto de una fina película de sangre coagulada, lo que avivó las especulaciones de que tenía impactos de metralla y murió en un ataque aéreo.

La jornada había comenzado una hora antes, alrededor de las 8.30. Una llamada telefónica personal del gobernador de Kandahar, Asadulá Jaled, había convocado, entre otros, a los enviados especiales de El Periódico de Catalunya a una rueda de prensa urgente. "Vengan aquí dentro de media hora, tenemos importantes noticias para ustedes", había dicho el dirigente. En el corto camino desde la casa de huéspedes Continental --el lugar donde recalan los extranjeros de paso en esta ciudad afgana tradicionalmente hostil a los occidentales-- hacia la sede del gobernador saltó la noticia: las autoridades de Kabul habían anunciado que el comandante talibán había caído en una operación militar y querían probar que decían la verdad ante la prensa.

CANDIDATO AL GOBIERNO Asadulá Jaled, el gobernador local, apareció ante la prensa con una ostensible sonrisa y sin esforzarse en ocultar su satisfacción. No en vano, en algunos mentideros políticos se le señala como posible candidato a suceder al presidente, dada su edad --35 años--.

"Cayó en Helmand en una operación combinada de la ISAF y el Ejército afgano; eso es todo", declaró. El gobernador no consideró extraño que la ISAF evitara dar detalles, aparte de confirmar la muerte. "La ISAF está aquí para ayudarnos, pero Afganistán tiene un Gobierno", dijo.