Habiba Alí se ha convertido en la protagonista de una de las pocas historias con final feliz del conflicto de Somalia. Alí, ciega de nacimiento, recorrió un viaje de más de 90 kilómetros desde el puerto de Kismayu hasta la frontera con Kenia para reunirse con su único hijo superviviente de las matanzas y actualmente refugiado en el campo de Dadaab, el más grande del mundo.

Exhausta, enferma tras llegar al norte de Kenia, esta madre de 53 años es viuda de su marido Ibrahim y sus otros tres hijos fallecieron durante el interminable ciclo de violencia en Somalia. "Solíamos ser una familia grande y feliz, pero mira dónde nos ha puesto ahora la vida", declaró.

Acompañada por su hijo y su nieta de ocho años dejó Kismayu el pasado 25 de mayo tras caer en manos de la milicia islamista Al Shabab. Ali pagó 100 dólares para que un camión la dejara en la frontera desde el puerto somalí. En Kenia se encontró con su hijo Hussein, de 21 años.

La frontera se encuentra cerrada por motivos de seguridad, por lo que los pasajeros del camión tuvieron que cruzar ilegalmente y recorrer posteriormente a pie los 90 kilómetros que les separaban de las puertas del campamento, a donde llegan 7.000 refugiados al mes.

"Cuando mi marido fue disparado durante los primeros días de la guerra del 91, yo me oponía a dejar Somalia. Les dije a mis hijos que protegieran nuestra tierra y los animales", declaró Alí, ciega desde los 18 años.

En 2007, las milicias del poderoso clan Hawiye acabaron con las vidas de dos de sus hijos. "No habían hecho daño a nadie, pero se los llevaron una noche y encontraron sus cuerpos muertos por la mañana", lamentó Alí. Su tercer hijo, Hassan, falleció a principios de mayo. Fue entonces cuando decidió irse al campo de refugiados.

"Un hombre armado le disparó mientras estaba mirando el paisaje. Se llevó nuestro ganado de 20 vacas y 10 cabras", recordó Alí que ahora se queja de dolores abdominales, pero que no puede recibir atención médica hasta que se registre oficialmente en el campamento.