Entre corrupciones y sobornos, tiroteos y matanzas, la narcoguerra muestra su doble cara. Al menos 85 presos se fugaron tranquilamente el viernes de una cárcel de la ciudad de Reynosa, en la frontera con Tejas, y volvieron a empuñar algunas de las 15.000 armas que los cárteles mexicanos han traído de Estados Unidos en los últimos años. Otros dos presuntos sicarios murieron ayer junto a cuatro fusiles de asalto en un tiroteo con el Ejército en pleno Nuevo Laredo, dentro del mismo estado de Tamaulipas, en liza entre el cártel del Golfo y Los Zetas.

Los reclusos de Reynosa escaparon de madrugada por una larga escalera apoyada en el muro, a la vista de las cuatro torres de vigilancia y en medio de 40 guardianes. Todos los vigilantes que estaban de guardia fueron arrestados y puestos a disposición de la fiscalía general.

FILAS DIEZMADAS Las primeras investigaciones señalan que fue el cártel del Golfo el que se llevó a sicarios y otros delincuentes para engrosar unas filas diezmadas desde que a principios de año Los Zetas, su abrazo armado, pasó a ser su enemigo.

Aunque es la más numerosa, esta no ha sido la única fuga masiva para la leva de presos en la guerra que libran los dos grupos mafiosos. En marzo, 40 reos se evadieron del penal de Matamoros y desde entonces otros 76 escaparon, en cinco fugas distintas, de cuatro prisiones del mismo convulso estado de México. En total, solo en Tamaulipas, más de 200 evadidos en lo que va de año, si alguno no repitió.

En la calle su poder de fuego ha incrementado las cifras generales de víctimas de la guerra del narcotráfico: casi 8.000 este año, más de 28.600 desde que el presidente, Felipe Calderón, declaró la guerra a los cárteles en diciembre del 2006. En este tiempo, como confirmó ayer un estudio de la Universidad de San Diego, los cárteles han recibido unas 15.000 armas procedentes de Estados Unidos.