Genio y figura. En su 90º cumpleaños, Nelson Mandela, líder indiscutible de Suráfrica pese a su senectud, icono de la política mundial y, sin duda alguna, el político vivo más respetado del mundo, no dejó ayer pasar la ocasión de fustigar la desigualdad económica y el mal reparto de la riqueza que sufre su país. Luchador incansable por la dignidad humana, el veterano dirigente ve cómo, 14 años después del desmantelamiento del apartheid , su gran legado de progreso y reconciliación peligra.

En su aldea natal de Qunu, rodeado de toda su familia, Madiba (nombre tribal de Mandela) difundió un mensaje radiotelevisado en el que señaló algunos de los problemas que aquejan a su pueblo. "Hay muchos ricos en Suráfrica que podrían repartir su riqueza con los que no han tenido la suerte de salir de la miseria". "Nuestro pueblo navega hacia la pobreza", sentenció tras conocer las cifras gubernamentales difundidas el jueves que fijan la mejora económica mensual del 10% de la población más desfavorecida en apenas 15,5 euros al mes desde 1994, mientras que el 10% de los más ricos disponen ahora de entre 5.000 y 8.000 euros más.

CRECE LA VIOLENCIA Y no es solo la pobreza. Crímenes, robos y asaltos han aumentado en los últimos años hasta convertir al país en el más violento del mundo (le sigue Brasil). En el 2002, se registraron 11,8 asesinatos por cada 100.000 habitantes.

En mayo pasado se sumó a las desgracias un brote de xenofobia contra inmigrantes y refugiados africanos de otros países. Y además, el sida. Un azote para el continente que afecta a 4,5 millones de surafricanos sobre una población total de 46.923.000 y que se ha cebado en la propia familia de Mandela. De ahí que su principal interés ahora sea la lucha contra esta enfermedad.

En las largas noches de los 27 años que pasó en prisión, el cerebro privilegiado de Mandela urdía con inteligencia y generosidad las fórmulas políticas necesarias para enfrentarse al régimen de segregación racial que la minoría blanca había instaurado en Suráfrica. Que se pudiera acabar con el apartheid era en aquella época tan improbable, tan remoto, que solo él se atrevía a pensarlo.

En los años 60, 70 y 80, todos los analistas políticos mundiales auguraban que al régimen surafricano no le quedaba mucho tiempo de vida. Pero todos estaban seguros de que su derrumbe provocaría las matanzas más sangrientas de las ocurridas en el continente africano desde los años 50.

Sustentada económicamente sobre sus enormes yacimientos de oro y piedras preciosas, Suráfrica había disfrutado durante la primera mitad del siglo XX del nivel de vida más alto del continente, por encima incluso del de la Argelia francesa.

Y la segregación y la explotación racial que siempre habían imperado se legalizaron en 1948 con un conjunto de leyes y decretos que consagraron la supremacía blanca apoyándose en un entramado legal sin precedentes. Así nació formalmente el sistema del apartheid .

Veinte años después, más allá de cuestiones morales, aquella situación estaba acabando, básicamente por la perversa naturaleza del apartheid y por el auge que las luchas antisegregación habían alcanzando. Fueron los años de crecimiento e influencia del Congreso Nacional Africano (CNA, fundado en el año 1912) y de su líder indiscutible, Nelson Mandela.

DISCRIMINACION RACIAL La humillante exclusión de toda la población negra --el 80% del total de Suráfrica--, las vejaciones generalizadas y la brutal represión de quienes se oponían a ella no daban salida a las tensiones sociales. Las luchas y las revueltas se sucedieron en un clima de rechazo internacional y aislamiento del régimen hasta 1989. Ese año, Mandela encontró, por fin, un antagonista a su medida. La valentía del bóer Frederik Willem de Klerk, presidente entre 1989 y 1994 (sucesor del duro Pieter Willem Botha), fue determinante para el desmantelamiento del apartheid .