Néstor Kirchner camina desgarbado hacia el selecto panteón de los mitos políticos argentinos, con todos los condimentos que estimulan las pasiones irreductibles. Un mito no reclama veracidad. Tampoco se le impugna por sus componentes fantasiosos. Su abono es de otra naturaleza. Kirchner ha reunido los requisitos indispensables. En vida emprendió batallas casi solitarias contra fuerzas poderosas en lo simbólico y material: el FMI, las aseguradoras de fondos de pensiones, un monopolio mediático, la oligarquía y los represores de la dictadura, que nunca imaginaron terminar sus días entre rejas. Murió, además, cuando se preparaba para pelear por la presidencia en los comicios del 2011.

A los ojos de miles y miles de argentinos que desfilaron conmovidos frente a su ataúd, Lupin sacrificó su corazón pese a la advertencia de los médicos. Lo ofrendó por una vocación militante en un país donde la política se había convertido en sinónimo de simulacro y negocio personal (Kirchner también acumuló dinero, pero ese enriquecimiento solo forma parte del discurso del espanto de los enemigos, muchas veces más potentados que el difunto).

"Pagó con su vida", se ha repetido en estas horas con pesar y, a la vez, orgullo por el final heroico. ¿Quién mejor que Maradona para escribir el epitafio del expresidente? El mito en pie, al que se le llama Dios, a secas, a pesar de todos sus tropiezos y sus impurezas, resumió la aflicción de la multitud: Kirchner, dijo, fue un "gladiador" y tenía "algo del Che".

Devolver la ilusión

Las palabras de Maradona no reclaman la refutación de los historiadores ni los guevaristas puros porque apelan al mismo sentimiento que afloró en el río humano: lo que no se explica. El desconsuelo popular emergió de un yacimiento inexplorado por los medios y los encuestadores convencidos de la impopularidad del exjefe de Estado: ni los kirchneristas más fervorosos suponían que era tan profunda la adhesión popular. Menos sus enemigos, que se han quedado sin la figura más fácil de demonizar.

Kirchner, claro, no tenía el garbo del Che: era tuerto, se vestía muy pero muy mal, arrastraba la "ese" cuando hablaba. Su oratoria distaba de ser brillante y no descollaba por su escritura. No cayó a los 38 años, como jefe de una guerrilla extraviada, sino a los 60, cuando estaba más cerca de ser abuelo. Sin embargo, su figura quedará asociada a la plenitud, el único instante vital capaz de soportar las contingencias adversas.

Fue, en ese sentido, una muerte joven y, como tal, reclamó la opinión autorizada de un ídolo de los adolescentes o sus padres menores de 30 años: el cantante y compositor Andrés Calamaro: "Néstor devolvió la ilusión a un pueblo herido, inestable y crítico, el único que se enfrentó al empresariado y los poderes que históricamente han pactado con dictaduras criminales y con el expolio imperial- Siento que se fue alguien cercano".

Según la ensayista Beatriz Sarlo, había en Kirchner y en su esposa, la presidenta, "algo del orden de lo iracundo que conecta con la cultura del rock and roll. Poner el cuerpo tiene una valoración casi adolescente por encima del mundo deliberativo de las ideas, que es mucho más lento y complejo".

El mito Kirchner está hecho de estas sustancias y ya representa un problema para quienes lo sostienen o impugnan. "La pretensión de hacer tierra quemada con fenómenos políticos que nos disgustan es demasiado argentina. Pero es una forma más de contribuir a los desastres", dijo el escritor Vicente Palermo, quien, tres años atrás, en su libro Sal en las heridas, intentó abordar otra de las realidades argentinas más controvertidas: las islas Malvinas.

El cortejo que acompañó a los restos de Kirchner fue estremecedor por el llanto genuino de quienes lo acompañaron y por la manera en que se conectó con una tradición funeraria que recorre la política y el espectáculo de este país. Las exequias de Juan Domingo Perón y Eva Perón fueron multitudinarias. El hecho de que el sepelio de Kirchner tuviera lugar bajo un cielo plomizo dio otra prueba de esos lazos. "Llovió igual que en 1974, cuando despedimos al general", se escuchó el viernes por la mañana, como si en esa coincidencia meteorológica estuviera en juego algo más potente y atávico: el verdadero clima de la nación.

La cultura mortuoria excede en este país el momento del ritual de despedida. El cadáver de Evita fue secuestrado y vejado por los militares que derrocaron en 1955 a su marido, y luego, objeto de ceremonias espiritistas