En la capital de Sri Lanka, Colombo, la tragedia se puede ver con cierta distancia, pero no hay más que salir unos pocos kilómetros hacia el sur para contemplar escenas realmente difíciles de creer. La devastación más absoluta. Casas que cayeron como si fueran de arena, incluso muchas al otro lado de la carretera que corre paralela a la playa. Y ese olor de muerte que lo inunda todo y a todos.

En Beruwela, a 50 kilómetros de Colombo, la vía del tren está retorcida de tal manera que parece imposible que exista fuerza capaz de hacerlo. Las barcas de los pescadores yacen varadas al lado de la carretera.

Pero es al llegar a Galle cuando aparecen las historias más increíbles. Y también las estampas más inverosímiles. Barcas de pesca aparcadas en el porche de lo que un día fue una casa a 40 metros de la playa. Coches estampados contra la fachada de casas igualmente distantes de la línea del mar. E historias, cientos de historias.

En templos budistas

Tharanga, una joven universitaria de 19 años está en uno de los templos budistas que acoge a los miles de personas que no consiguieron salvar más que la vida. "Estaba con mi familia en casa cuando el agua llegó de repente. Apenas nos dio tiempo de subir al tejado. Por suerte todos nos salvamos, incluso mi padre y mi hermano, que habían salido, pero la casa ha quedado inservible".

Piassanne, un pescador de 36 años, estaba el domingo en la playa cuando de pronto vio aparecer "una muralla de agua tan alta como un edificio". El agua lo arrastró casi un kilómetro. "Hubo una primera ola y de ésa me pude salvar agarrándome a una palmera, pero la segunda me arrastró y no pude hacer nada". Piassanne ha perdido un brazo, pero también a su madre y a su hermano. "Ahora no tengo futuro. ¿Cómo voy a trabajar sin un brazo?", se pregunta en una sala del hospital de Galle, el más grande de toda la región y el único que funciona, ya que el otro, que también era la maternidad, estaba en primera línea de mar y ha quedado inutilizable.

El director del hospital, Suthira Herat, recuerda que "ya el primer día llegaron más de 2.000 heridos y hasta 800 cadáveres". El cementerio es otra de las zonas que quedaron totalmente destruidas por el tsunami, "así que se hicieron fosas comunes en un terreno más alejado y allí tuvimos que enterrarlos", asegura.

Galle tenía unos 12.000 habitantes antes del 26 de diciembre y ya se han contabilizado cerca de 4.000 muertos. Aún este fin de semana han aparecido cuatro cadáveres en un sótano en el que se había incrustado un coche arrastrado por el mar.

Autobuses flotantes

Muhammad, un joven que también pudo salvar la vida, recuerda que logró subir a un poste desde el que veía pasar los autobuses impulsados por el agua como si fueran de juguete. En uno de ellos viajaba Isham, que cuenta cómo la fuerza del agua levantó el autobús y lo empujó contra la fachada de un edificio.

Pero más allá de la enorme cifra de muertos por la catástrofe, ahora se plantea el problema más difícil: ¿Qué pueden hacer los damnificados que lo han perdido todo?

45.000 personas sin hogar

Se estima que casi 45.000 personas han tenido que dejar sus casas en esta zona del sur de Sri Lanka, muchas de las cuales han quedado absolutamente borradas del mapa. Miles se amontonan en templos budistas y mezquitas a expensas de la ayuda de grupos locales y de las organizaciones internacionales.

El primer ministro de Sri Lanka, Manida Raja Paksha, visitó ayer Galle y reconoció: "Podemos proveer comida y algún alojamiento temporal, pero la ayuda internacional es imprescindible para poder reconstruir el país. La necesitamos y la necesitamos rápido". Escaso consuelo para los que se le acercaban a contar la misma historia de destrucción y desamparo.

Ayuda récord

La ayuda va llegando y, de hecho, las autoridades de Naciones Unidas recordaban este fin de semana que en sólo seis días ya se ha recogido tanta ayuda internacional como en las principales 20 catástrofes humanas de todo el 2004. Pero también advertían del enorme problema logístico que se presenta para poder hacer llegar esa ayuda a las personas que la necesitan.

Mientras las ONG y, en menor medida, el Gobierno van llevando ayuda, muchos particulares tanto del país como de fuera aportan su grano de arena. Por ejemplo, el caso de Jack Hsu, un empresario taiwanés cuyo sobrino estaba de vacaciones en el sur de Sri Lanka y que ha desaparecido arrastrado por el tsunami. Hsu tiene una fábrica en esta isla y ha decidido ayudar a los que aún viven trayendo varios camiones de comida ante los que se amontonan decenas de bocas hambrientas. "Les des lo que les des, siempre es poco, hay tantas personas necesitadas que ni con mil camiones tendrían suficiente", dice.