En Sri Lanka sorprenden dos cosas. La belleza del lugar y la sensación de alerta máxima. La primera es inherente a la isla. La segunda es fruto de 26 años de una guerra que ha dejado muchas víctimas. Entre ellas, unas muy sensibles: los niños soldado. "Quiero ser estudiante, no soldado" es el mensaje más llamativo de una campaña de la agencia de las Naciones Unidas para la infancia (Unicef) que destaca entre toda la decoración propagandística colocada en el país tras el fin del conflicto bélico, el pasado mayo.

Según datos de la Unicef, más de 7.000 niños y niñas de entre 12 y 18 años han sido registrados como combatientes en esta guerra solo desde el 2001, el mismo año en que el país firmó y ratificó el protocolo adicional primero de la Convención de Ginebra, que eleva de 15 a 18 años la edad mínima para estar en el frente.

En ambos bandos

Tanto al Gobierno srilankés, a través del grupo paramilitar Tamil Makkal Viduthalai Pulikal (TMVP), como al grupo separatista de los Tigres para la Liberación de la Patria Tamil (LTTE), se les conoce menores entre sus filas. Pero los tigres tamiles se llevan la palma en una proporción de 10 a 1.

En el 2003, gracias a la presión de la comunidad internacional, se pactó que ambos bandos no solo dejarían de incorporar menores, sino que, paulatinamente, liberarían a los ya reclutados. Pero en la práctica, los niños soldado nunca fueron liberados. Es más, el LTTE se dedicó, en las últimas semanas de la guerra, a sacar a los niños de sus casas. Todos deberán pasar ahora por un periodo de rehabilitación para poder continuar con sus vidas y cicatrizar las heridas, físicas y psicológicas, de una infancia robada por la guerra.

Posiblemente no serán perseguidos por la justicia. En declaraciones recientes, el presidente del país, Mahinda Rajapakse, aseguró que "en un humanitario gesto hacia la comunidad tamil, no se procesaría a los niños que con 12, 13 y 14 años fueron forzados a tomar las armas". No hubo mención ni para los jóvenes de entre 15 y 18 años, ni para los que lucharon con el Gobierno.

La mitad de los niños supervivientes de la guerra están ahora en rehabilitación en el campo de refugiados de Vavuniya, gestionado por el Gobierno "en condiciones poco adecuadas", explica Andy Brooks, director de programas de protección de Unicef en Colombo. En este campo, en el norte de la isla, se encuentran más de 300.000 desplazados "con un lavabo para cada 200 personas y una seria propagación del tifus, entre otras enfermedades", apunta un empleado del Gobierno. Otros, con más fortuna, se hallan en el centro de Ambepussa, donde un centenar de menores y algunos adultos reclutados cuando no lo eran acuden a la escuela. Las niñas aprenden costura y los niños desarrollan actividades con el ordenador. Juntos se divierten, cocinan y realizan terapias artísticas para reducir los traumas de su niñez.

"Los resultados son positivos, los niños tienen buena predisposición para olvidar y la mayoría continúa con sus vidas", dice Andy Brooks, que sigue de cerca el programa financiado por la Unicef. Algunos de los pequeños permanecen aquí semanas; otros, meses.