Bagdad despidió el 2002 con un juramento de lealtad hasta la muerte a su líder y un deseo de paz para el 2003. "Con alma, con sangre, nos sacrificamos por ti, Sadam", corearon más de mil niños ante la sede de Unicef en la capital iraquí unas horas antes de la medianoche del 31 de diciembre. Sus pancartas, en árabe y en inglés, apenas levantaban dos palmos del suelo, pero sonaban fuerte. "Nosotros, los niños de Irak, tenemos derecho a vivir", reivindicaban, encabezados por la famosa actriz egipcia Raghda, que grabó durante la manifestación una escena de su última película, una denuncia contra la guerra venidera, cuyos héroes son cinco niños iraquís.

Rodeada de cámaras de cine y televisión, con un bebé en los brazos y el telón de las velas en las manos de los pequeños manifestantes, la diva del mundo árabe soltó palomas blancas al cielo y lanzó su mensaje: "Estamos aquí para pedir a todos los pueblos, árabes, europeos y de Estados Unidos que en el 2003 despierten y presionen a sus gobiernos para que abandonen lo antes posible la idea de hacer daño a los niños de Irak".

"QUIERO A MI LIDER"

Azba Faarub, de 9 años, explicaba su presencia en la calle: "Quiero a mi líder y defender a mi país". Repetía sin pensar las palabras de su profesora de primaria, Raha: "No tengo miedo siempre que el presidente esté con nosotros".

"Nuestros hijos son valientes", comentaba orgullosa la directora de la escuela Lubnan, Magda Fadel Al Zubaidi, que zanjaba lapidaria la inducción al sacrificio de los críos: "Todos, los niños, y los adultos, estamos de acuerdo".

La unanimidad no tiene fisuras en Irak. No se encuentran excepciones, al menos en voz alta, al 100% de apoyo concedido a Sadam Husein logrado en el referendo del 15 de octubre. La "brutalidad del enemigo" les ha unido. "Estamos preparados para esto y más", aseguró el día de fin de año el ministro de Sanidad, el doctor Omid Muthad Mubarak. Es "la gran lección" que les ha enseñado una década de severa posguerra. Para ellos, "la agresión nunca ha cesado", en forma del embargo "asesino", que impide la reparación de las numerosas incubadoras necesarias para salvar a recién nacidos, como la pequeña Burud. Una malformación congénita paraliza sus extremidades inferiores y padece una secreción en el cerebro que hace crecer desmesuradamente su cráneo. Los médicos le dan un 30% de posibilidades de sobrevivir.