Nuvit y su marido lloraban dentro de su casa prefabricada de la colonia de Tel Katifa. Fuera, durante más de una hora, una joven policía con cuatro fornidos agentes detrás les habló a través de un megáfono: "Les rogamos que abandonen la casa en aplicación de la ley aprobada por la Kneset", decía, mientras golpeaba la puerta suavemente con los nudillos. Nuvit y su marido contestaban con un tozudo silencio. Ni siquiera un "por favor" que se le escapó a la policía debilitó la determinación de la pareja de no irse de su casa. Hasta que, con un suspiro resignado, un oficial dio la orden final.

Dos especialistas rompieron la cerradura de la puerta, la joven policía y sus cuatro colegas entraron en la casa con delicadeza, y se encontraron a Nuvit y a su marido agazapados, temblando, agarrados el uno al otro. Durante 15 minutos hablaron con ellos, intentaron tranquilizarlos, trataron de explicarles una vez más por qué debían abandonar su hogar. Hasta que, de nuevo, sonó la orden, y ocho policías cargaron a peso a los dos colonos y los introdujeron en el autobús que les esperaba para llevarlos fuera de Gaza. Un noveno agente recogió del suelo de la casa un osito de peluche y se lo entregó a Nuvit ya en el autobús. La agente de policía lloraba desconsolada mientras su oficial trataba de convencerla de que cumplía "con su deber".

Primera colonia

Tel Katifa se convirtió ayer en la primera colonia de la franja de Gaza evacuada por la fuerza. Enclave construido en 1992 sin autorización del Gobierno israelí, hasta hace unos meses vivían allí 16 familias ultrarreligiosas. Ayer, el millar de policías y militares que a las nueve de la mañana se plantaron ante la valla de la colonia se encontraron con 156 personas, muchas de ellas procedentes de colonias de Cisjordania. Horas antes, de madrugada, los jóvenes habían amenazado con "matar" a quien franqueara esa valla sin su permiso. Pese a la amenaza, a las nueve no había nadie para recibir a los militares.

"Sensibilidad y paciencia. Estas son las dos armas que vamos a utilizar durante la evacuación", dijo el comandante de la operación, Hagai Yehesker, mientras sus hombres y mujeres, desarmados, se repartían por todo el asentamiento. El despliegue de las fuerzas de seguridad israelís había previsto todos los detalles, desde una excavadora para apartar los coches que bloqueaban la entrada al asentamiento hasta un soldado encargado de llevar el vino dulce fresco con el que el comandante pretendió agasajar al líder del asentamiento --un ultraortodoxo de luengas barbas-- durante un breve parlamento antes de iniciar la evacuación. "Habrá fuerza y determinación por ambas partes, pero no violencia", anunció Yehesker.

Paciencia infinita

El poder de la palabra fue la principal arma que colonos, policías y militares utilizaron durante la evacuación. A la paciencia infinita, los abrazos y la comprensión de las fuerzas de seguridad, respondieron los colonos con ataques que tocaban la fibra más profunda de los jóvenes encargados de evacuarlos. "Estáis cometiendo un crimen. Un soldado con corazón judío no puede acatar estas órdenes", dijo el rabino jefe de la colonia en un rezo colectivo celebrado ante unos soldados que, en muchos casos, no pudieron reprimir las lágrimas.

La evacuación dejó muchas imágenes emocionantes en las retinas de los israelís, acostumbrados a una estrechísima relación entre los colonos residentes en territorio ocupado y los soldados que los defienden. Imágenes de consuelo --policías dando pañuelos a llorosas adolescentes--, imágenes de confraternidad --abrazos entre colonos y militares--, imágenes de fe --colonos y fuerzas de seguridad rezando juntos-- e imágenes que duelen: un colono escupiendo al suelo al paso de un policía.

Pero no todo fueron abrazos y lágrimas en Tel Katifa. También hubo gritos y sudor, insultos e histeria. Dos colonos --que después fueron detenidos-- subieron a lo alto de una torre de 10 metros y amenazaron con suicidarse, hasta que finalmente bajaron por su propio pie. En la sinagoga --en realidad, una caravana-- 22 chicos y 5 chicas de fuera de la colonia trataron de atrincherarse. Esfuerzo inútil, porque cuando el resto de la colonia ya había sido evacuada en sólo seis horas y sus habitantes ya estaban en los siete buses que los sacaron fuera de Gaza, las fuerzas de seguridad --una unidad de hombres y otra de mujeres-- sacaron a rastras primero a ellos y después, a ellas.

Palabras gruesas

Fue entonces cuando se vieron las imágenes más dramáticas y se oyeron las palabras más gruesas, siempre dirigidas por los colonos contra los soldados y los policías. "¿No os avergonzáis de tratar así a las hijas de Israel?", vociferó una mujer embarazada a las policías que arrastraban a una quinceañera en pleno ataque de histeria.

Poco antes de subir al autobús, uno de los atrincherados en la sinagoga se deshizo de los policías y corrió 10 metros. Un oficial ordenó a los agentes que no lo persiguieran. Ataviado con el mantón blanco y azul que suele utilizarse para rezar, el colono --un estadounidense-- se detuvo, se arrodilló y besó el suelo de Tel Katifa, el suelo de la franja de Gaza.

Después, cuatro policías volvieron a cargarlo hacia uno de los autobuses. "No tenéis corazón. Judíos no expulsan a judíos", gritó alguien.