Las amenazas de Donald Trump de bombardear Siria como represalia por el ataque con armas químicas y el riesgo de que esa acción desencadene una escalada bélica con Rusia o un conflicto regional demuestran que la guerra en el país árabe tal y como la conocíamos hasta ahora ha terminado. La guerra civil que enfrentaba al régimen de Bashar al Asad con los rebeldes ya tiene un ganador. El sanguinario dictador se ha impuesto y los rebeldes solo controlan pequeñas bolsas de territorio y han dejado de resultar una amenaza. Siria ha pasado ahora a ser escenario de un conflicto distinto, donde los actores locales -régimen y rebeldes- han quedado desplazados por potencias regionales o globales.

El nuevo teatro bélico enfrenta a Israel y EEUU contra Irán, que ha logrado consolidarse como el principal actor foráneo en la región, una realidad que ni Washington ni Tel Aviv ni Riad piensan tolerar. En ese mismo tablero compiten además EEUU, hasta ahora la superpotencia hegemónica en Oriente Próximo, y Rusia, que ha logrado reinsertarse plenamente en la región con su apoyo a Asad y su alianza oficiosa con Irán. Los dos gigantes nucleares están tan cerca en Siria que cualquier error de cálculo podría desencadenar un choque de consecuencias imprevisibles.

EEUU Y RUSIA / Washington ha tenido siempre un pie dentro y otro fuera en la guerra siria. Barack Obama desoyó a sus militares cuando apostaron por armar vigorosamente a los rebeldes y castigar al régimen de Asad por sus crímenes de lesa humanidad. En gran medida, Trump ha mantenido su criterio. La única constante en la estrategia estadounidense ha consistido en combatir al Estado Islámico (EI), principalmente desde el aire. Los bombardeos se han combinado con la presencia de asesores militares y fuerzas especiales en el noreste, donde han apoyado a las milicias kurdas y los rebeldes árabes.

Trump siempre ha tenido prisa por marcharse. Y esa era su intención hasta que se produjo este último ataque con armas químicas. (Según Human Rights Watch, ha habido 85 desde el 2013). El Pentágono insiste en que no tiene ninguna intención de reinsertarse en la guerra siria, pero a nadie se le escapa que una espantada dejaría el país a merced de Rusia e Irán y probablemente obligaría a EEUU a socorrer a Israel si acaba lanzando una ofensiva para extirpar a Irán del país de los Asad. En Washington, muchos piden a Trump una estrategia a largo plazo. Por el momento, ni la ha presentado ni se la espera.

Por su parte, el Kremlin defiende en Siria intereses geoestratégicos y económicos. La base naval de Tartus, remozada para acoger buques de guerra de mayor tamaño, es el pivote sobre el que se asienta la renovada presencia de la Marina de guerra rusa en el Mediterráneo, un mar del que estaba ausente desde el fin de la guerra fría. Su apoyo al régimen sirio, al que primero salvó del hundimiento y al que después ha permitido prácticamente ganar la guerra, ha conferido a Rusia un papel de potencia dominante en Siria y, por ende, en Oriente Próximo.

Durante la guerra, el régimen de Damasco se ha convertido en el equivalente a un protectorado de Rusia. La posición estratégica del país, a caballo entre Europa y Oriente Próximo, impedirá que en el futuro se construya infraestructura que una los países del golfo Pérsico con el Viejo Continente, unos oleoductos y gasoductos que en última instancia aliviarían la dependencia de la UE respecto al gas y al petróleo rusos.

IRÁN E ISRAEL / El régimen de los ayatolás se encuentra en la actualidad en posición de fuerza en la región. Nunca en sus casi cuatro décadas de historia había sido tan poderoso ni había tenido tan a tiro de piedra a Israel. Imprescindible en Irak, donde apoya al Gobierno de mayoría chií; en Siria, donde ha sido el principal sostén del régimen de Asad hasta la entrada de Rusia; y en Líbano, donde respalda al cada vez más potente Hizbulá, Teherán ha logrado su sueño de conseguir un corredor terrestre hasta la frontera de Israel, su archienemigo regional. En Siria, asesores militares iranís coordinan a casi 70.000 combatientes, entre tropas iranís y milicias chiís como Hizbulá u otras procedentes de Irak y Afganistán.

Los iranís, según señala el diario israelí Haaretz, parecen haber recibido luz verde de Rusia y Turquía para levantar bases militares en Siria, algunas de ellas próximas al territorio israelí. Y sus milicias, que jugaron un papel clave en la derrota del EI, podrían ser la punta de lanza en caso de enfrentamiento con Israel.

Hasta ahora Israel se había mantenido en un segundo plano en el avispero sirio. No obstante, la creciente influencia de Irán en el país árabe, donde cuenta ya con bases militares, se ha convertido en una amenaza que el Gobierno de Binyamin Netanyahu no piensa tolerar. «Nos cueste lo que nos cueste, no permitiremos que Irán tenga una presencia permanente en Siria. No tenemos otra opción», dijo esta semana su ministro de Defensa, Avigdor Lieberman. Esa huella permitiría a Irán abastecer de armamento a Hizbulá con menos trabas y situaría a los militares iranís a las puertas del Golán, la región que Israel ocupa desde que se la arrebatara a Siria en 1967. En lo que va de año, la aviación israelí ha lanzado al menos dos bombardeos contra posiciones iranís en territorio sirio.

Turquía / Hace dos años, Turquía, en Siria, no era nadie. El EI amenazaba su frontera sur y parecía que Kobani, una ciudad a tiro de piedra desde suelo turco, iba a caer en manos yihadistas. Pero las cosas han cambiado. Ahora, tras dos campañas militares, Erdogan, en su obsesión por alejar de su frontera a las milicias kurdas, a las que Turquía considera terroristas por sus vínculos con el PKK, ha conquistado un amplio territorio del norte de Siria.

Se lo ha arrebatado a las milicias kurdosirias del YPG, el principal aliado de EEUU en el país árabe. Las operaciones turcas han distanciado a Ankara y Washington —supuestos aliados en la OTAN— y han acercado a Turquía a Rusia e Irán, los defensores de Asad.

En sus ofensivas, Turquía utilizó al Ejército Libre Sirio (ELS) como punta de lanza y carne de cañón. Este grupo, en su día —al inicio de la revolución—, fue el mayor enemigo del régimen de Asad. El ELS no pudo negarse: Turquía es su único apoyo exterior; quien le paga los sueldos y el armamento.

Grupos rebeldes Y ASAD / Con el único apoyo explícito turco, los grupos opositores sirios han quedado acorralados. Sus altos mandos y líderes están fuera del país, y sus milicianos se concentran mayormente en tres regiones: Jarabulus y Afrín, las zonas controladas por el Ejército de Turquía; Daraa (sur), la ciudad donde, hace siete años, empezó todo; e Idleb (norte), donde los bombardeos son constantes. En esta última provincia, sin embargo, quien gobierna es Hayat Tahrir al Sham, también conocida como Jabhat al Nusra (o Al Qaeda en Siria).

Los grupos rebeldes también controlan un pequeño territorio al norte de Homs, además de una franja de desierto en el sureste. Pero puede durar poco. Después de que Asad haya capturado Guta -cuyas milicias rebeldes han sido evacuadas a Jarabulus bajo protección turca-, se espera que Damasco avance hacia Idleb y Daraa. Siete años después de empezar la revolución, su causa parece casi perdida.

Hubo un momento, en el 2015, en que parecía que Bashar el Asad iba a caer. Damasco perdía, una a una, el control de sus ciudades, que pasaban a manos del ELS. Pero Rusia intervino y, con su aviación, salvó al presidente sirio. También ayudó Irán, con sus milicias aliadas.

Ahora, tres años después, nadie duda de que el régimen permanecerá. Asad controla más territorio que nunca desde el 2011 y día a día va tomando nuevas zonas. Sus métodos de conquista son bombardeos indiscriminados y, según la ONU, varios ataques químicos: 27 documentados durante toda la guerra. La última en caer bajo sus manos fue Guta.

Su intención, asegura Asad, es retomar el control del país entero. No parece que vaya a conseguirlo: Turquía dice y repite que no tiene intención alguna de entregarle los territorios que domina. Las milicias kurdosirias, apoyadas por EEUU y asentadas al este del río Éufrates, por su parte, tampoco quieren ceder sus conquistas. enfrentaba al régimen de Bashar al Asad con los rebeldes ya tiene un ganador. El sanguinario dictador se ha impuesto y los rebeldes solo controlan pequeñas bolsas de territorio y han dejado de resultar una amenaza. Siria ha pasado ahora a ser escenario de un conflicto distinto, donde los actores locales han quedado desplazados por potenci

Su intención, asegura Asad, es retomar el control del país entero. No parece que vaya a conseguirlo: Turquía dice y repite que no tiene intención alguna de entregarle los territorios que domina. Las milicias kurdosirias, apoyadas por EEUU y asentadas al este del río Éufrates tampoco quieren ceder sus conquistas.

*Artículo elaborado por Antonio Baquero, Ricardo Mir de Francia, Marc Marginedas y Adrià Rocha Cutiller.