Barack Obama apeló ayer de nuevo a la historia para proponer un nuevo futuro para Estados Unidos. Y mientras el presidente electo emprendía en tren desde Filadelfia el esprint final hacia la Casa Blanca, en un viaje con ecos de Lincoln y Roosevelt, los ciudadanos estadounidenses que salieron a corearle en su recorrido hasta Washington se sintieron protagonistas de un acontecimiento que ya es histórico en sí mismo.

En Claymont, una pequeña localidad de 12.000 habitantes situada en el estado de Delaware, Oonie Lynch trataba inútilmente de hacer entrar en calor a sus dos pequeños: Ryan, de 5 años, y Joseph, de 3. No era necesario mirar los termómetros para sentir un frío --unos 11 grados bajo cero-- que hacía inútil la pequeña manta con la que protegía a sus hijos.

Quizá hubiera quien no entendiera qué hacía esa familia en ese aparcamiento junto a la rudimentaria estación de tren, por la que iba a pasar a velocidad reducida el Whistle Stop Tour, pero donde el presidente electo no iba a parar. Pero Oonie Lynch tenía sus motivos: "Quiero que mis hijos puedan decirle a sus nietos que estuvieron aquí".

"Es un símbolo, la imagen de que, por fin, tenemos un presidente que está cerca de nosotros, al que podemos sentir como uno más", aseguraba Nancy Donnelly, otra de las cerca de 500 personas que, antes de la una de la tarde, vieron durante un escaso minuto pasar rumbo al sur el convoy. En el último vagón saludaron sonrientes Barack y Michelle Obama. "El pueblo estadounidense necesitaba algo así, alguien que les estimulara", añadía Joe, el marido de Nancy, que estaba especialmente encantado con el viaje del presidente electo, ya que durante años él trabajó para la compañía Amtrak cubriendo precisamente el recorrido que existe entre Filadelfia y Washington.

Tras el paso relámpago del tren camino de la vecina Wilmington, se sumó a la comitiva Joe Biden con su familia y Rob Cameron, un hombre negro de 50 años. El no hablaba del hito en la lucha por los derechos civiles que el martes culminará cuando el primer presidente negro de Estados Unidos jure su cargo, ni rememoraba, como otros de los negros reunidos en Claymont, historias de segregación sufridas en carne propia. El explicaba que va a trabajar para presentarse a las próximas elecciones municipales en Claymont. Y aseguraba que eso no hubiera sucedido si no hubiera vivido los últimos años involucrándose en la campaña de Barack Obama.

"Creo que ha llegado el momento de que los políticos se preocupen de verdad por el pueblo y no por ellos mismos. ¿Cómo puede ser que cuando dicen que están presentando leyes sobre cosas que te afectan ni siquiera te digan qué están proponiendo y ni te consulten? Yo creo en que hay que preocuparse por el vecino. No puede basarse todo en el yo, yo, yo".

Cameron hablaba con ideas concretas, pequeñas, para su pueblo. Pero lo que latía tras su discurso era la misma filosofía con la que, un par de horas antes, Obama había delineado de forma más generalista y grandiosa en un discurso en Filadelfia, donde en 1776 nació el país, apelando a retomar el espíritu de "hombres y mujeres corrientes que se negaron a rendirse cuando todo parecía tan improbable y, de alguna forma, pensaron que tenían el poder para cambiar el mundo".

LAS VIEJAS SOLUCIONES El presidente electo de EEUU agregó: "Aunque nuestros problemas puedan ser nuevos, lo que se necesita para solucionarlos no lo es. Se requiere la perserverancia y el idealismo. Una nueva declaración de independencia --no solo en nuestra nación sino en nuestras vidas-- de ideologías y falta de visión, del prejuicio y el odio. Convirtamos estas elecciones no en el final de lo que hacemos para cambiar América, sino en el principio".