Decía Rousseau que "la paciencia es amarga pero su fruto es dulce", y la máxima está estos días presente en el discurso del presidente de EEUU, Barack Obama. Recién llegado de su viaje por Asia, Obama ha hallado un país ansioso por resultados políticos y económicos concretos. Sus 10 primeros meses en el Despacho Oval han supuesto un evidente y radical giro en el tono y la filosofía política respecto a la Administración anterior, pero se acumulan los proyectos e ideas no traducidos, al menos de momento, en cambios.

Los dos últimos sondeos de envergadura publicados esta semana por Gallup y la Universidad de Quinnipiac han situado por debajo del 50% la aprobación de la gestión de Obama (el 49% en un caso y el 48% en el otro). Es, después de Ford, Clinton y Reagan, el cuarto presidente que más rápido se encuentra sin el apoyo de más de la mitad de los ciudadanos. Y aunque algunos analistas hablan de un mero encuentro de expectativas excesivas con la realidad, el análisis de Gallup apunta a que el debate sobre la reforma sanitaria y la crisis económica han mermado la confianza de los estadounidenses en su trabajo.

Ayer mismo, en su discurso semanal, Obama se concentró en esquivar las críticas que han tachado de infructuoso ese viaje a Asia y explicar que se trataba de una inversión imprescindible para avanzar hacia la recuperación. "Aunque llevará tiempo, puedo prometer esto: avanzamos en la dirección adecuada y los pasos que estamos dando están ayudando", aseguró.

CRITICAS INTERNAS Con el paro por encima del 10% y la recuperación más prometida en palabras que palpable en previsiones, la economía y las políticas para reformarla y reactivarla se han convertido en elemento de disensión dentro del Partido Demócrata. El 2010 es año electoral y muchos congresistas que hasta ahora contenían sus críticas o las expresaban en privado han empezado a airearlas.

Esta misma semana se alzaban en el Congreso voces demócratas que, sumándose a las de la oposición republicana, pedían la dimisión del secretario del Tesoro, Tim Geithner. Hay quien habla de una Casa Blanca que ha perdido el contacto con el ciudadano de a pie que llevó a Obama a la presidencia. Y el jueves y el viernes, dos grupos de congresistas demócratas le dieron un doble mazazo: el bloque negro paralizó la propuesta de reforma del sistema financiero, argumentando que en el intento de transformar Wall Street se han olvidado importantes asuntos que afectan a las familias pobres y de clase media; y el hispano culpó con lenguaje inusualmente directo a la Casa Blanca de restringir el acceso de los inmigrantes a la sanidad.

No es la economía, sin embargo, el único frente abierto para Obama. En el viaje a Asia ha hablado con más contundencia que antes de la imposición de sanciones a Irán y Corea del Norte, pero la precaución también ha dejado su huella. En vez de ultimátums lanzó una advertencia de que esas sanciones podrían llegar "en cuestión de semanas". Es un plazo igual al que se ha dado para anunciar su nueva estrategia para Afganistán. Y son también plazos no definidos con claridad los que se ha marcado para otras misiones, como el ya retrasado cierre de la prisión de Guantánamo.

La paciencia que pide Obama a los ciudadanos tiene, indudablemente, un precio. Otro filósofo y político, Edmund Burke, escribió que "hay un momento límite en que la paciencia deja de ser virtud". Y el presidente se enfrenta a críticas como la que ayer escribía en The Daily Beast Lee Siegel: "Parece que Obama, más que gobernar, preside".