Pareos, biquinis, bañadores, mochilas, llamadas apresuradas desde los móviles, sandalias, sonrisas, lágrimas, vendajes manchados de sangre, maletas de ruedas, bolsas de deporte, sacos de dormir, gorros veraniegos, ninguna kipá, cámaras de fotos, pañuelos anudados a lo pirata, emocionados reencuentros familiares, la felicidad de llegar a casa tras una noche de pesadilla, dos niñas abrazadas a un peluche rodeadas por maletas y con lágrimas en sus mejillas... Miles de israelís anularon ayer sus vacaciones en la península del Sinaí y regresaron a sus casas tras los atentados terroristas del jueves por la noche.

Fue una evacuación rápida e improvisada, que empezó de madrugada horas después de los atentados y que se prolongó todo el día. Una especie de repetición de la evacuación del Sinaí, que empezó en 1979 y acabó en 1982. Si entonces el Ejército hebreo dejó tras de sí una tierra que había conquistado por la fuerza de las armas, las personas que regresaron ayer a casa huían, con el miedo en el cuerpo, de una nueva matanza terrorista, de una masacre que ha dañado el principal paraíso turístico de los israelís.

Lugar desbordado

"Todos los israelís nos reunimos en la playa, nos apretamos como pudimos en taxis y nos largamos", declaró Eyal, que disfrutaba de la semana de vacaciones de la fiesta judía de los Tabernáculos en Ras al Satan, donde hubo dos explosiones que mataron al menos a dos personas. Eilat, la ciudad israelí al otro lado de la frontera de Taba, no daba ayer abasto para recibir a sus conciudadanos. Los taxis iban y venían constantemente llevando a los turistas a la ciudad, donde las compañías de autobuses y las aerolíneas reforzaron sus servicios.

En la terminal fronteriza, al mediodía, decenas de soldados dormían en el suelo tras una noche agotadora. A menos de un kilómetro, se alza lo que queda del Hotel Hilton, construido por el magnate israelí Eli Paposhado durante la ocupación del Sinaí y considerado el establecimiento hotelero favorito de los israelís. Según la compañía turística Flying Carpet, unos 15.000 israelís se encontraban estos días en la península, aunque algunas fuentes elevan a 40.000 esta cifra. La mayoría han abandonado Egipto.

Para los israelís, el Sinaí presentaba múltiples atractivos: las playas y el mar, un lugar pacífico en un país árabe lejos de la Intifada, una oferta variada apta tanto para adolescentes como para familias y, sobre todo, el casino del Hilton, ya que el juego está prohibido en Israel.

Sus 400 habitaciones solían estar llenas de israelís, y numerosas agencias de viaje ofrecían paquetes que incluían el viaje desde Tel-Aviv o Jerusalén. Una oferta seductora a pesar de que el Gobierno había advertido en las últimas semanas de la posibilidad de un atentado y de que la zona --una línea de 100 kilómetros a lo largo de la costa en la que se alzan al menos 10 centros turísticos de todas las categorías-- no contaba con apenas dispositivos de seguridad.

Amenazas cumplidas

"Sólo Alá sabe qué puede ocurrir si alguien decide atentar aquí", decía apenas hace un par de semanas Haj Ramadan, propietario de uno de los centros turísticos de Ras al Satan. Ahora ya lo sabe todo el mundo. Egipto solía desdeñar como un intento sionista de boicotear el turismo los avisos israelís de amenaza de atentado. Las fuerzas de seguridad de Israel se lamentan de que tanta gente desoyera sus recomendaciones de no viajar a la zona. "Horrible, horrible", exclamaba ayer una mujer recién llegada desde Daha. Mientras, una fragata de guerra patrullaba el mar Rojo y un camión frigorífico procedente del Hilton cruzaba la frontera.